Experiencias de vida de los militantes de ETA

La Factoría

Miren Alcedo

Cuando va a examinarse un proceso histórico aún abierto se debe actuar con mucha cautela, sin olvidar que aún nos falta distancia para enjuiciarlo en su globalidad y que cualquier afirmación que pueda hacerse está teñida por la postura política que mantenga el autor del discurso. Si objeto de debate es una cuestión que, además de polémica, genera dolor, es imposible e incluso grave no posicionarse. Este es el caso de los estudios sobre ETA, Euskadi ta Askatasuna (Patria Vasca y Libertad).

A las dificultades comunes a una investigación en el campo de las Ciencias Sociales, donde el objeto de estudio no son ratas de laboratorio, sino personas que hablan y sienten, debemos añadir en el análisis del fenómeno de ETA el propio carácter de sus miembros y de sus pautas de conducta. Dentro de ETA, y esto lo ha explicado muy bien el antropólogo J. Zulaika, la expresión suprema es la «ekintza», la acción. Es por ello que quienes nos dedicamos a hacer discursos sobre lo que es puro actuar nos encontremos con, en el mejor de los casos, la extrañeza del militante y con la duda de si habremos captado realmente todo lo que éste vive y siente o no estaremos recreando, con la mejor intención tal vez, teorizaciones previas que sólo muy remotamente tienen que ver con la cotidianeidad de la militancia.

Para evitar esto en la medida de lo posible lo mejor es escuchar lo que tengan que decir los actores protagonistas. Esta es la metodología que he seguido en este artículo, basado en un trabajo de investigación que realicé durante cuatro años (1990-94). Dicha investigación consistía en realizar entrevistas en profundidad, lo que en Antropología llamamos «historias de vida», entre personas en activo en la organización ETA desde el momento de su fundación hasta finales de los años 80.

Una última advertencia al lector: desde diversas instancias, unas veces desde la propia organización y otras desde quienes la combaten, se nos quiere hacer creer que ETA y quienes la componen es un conjunto homogéneo sobre el que resulta fácil hacer categorizaciones. Mi experiencia entrevistando a ex militantes de la organización me indica que son un conglomerado de gentes y de sentimientos, querencias y fobias diversas. Es imposible lo que tal vez gustaría a algunos: elaborar un retrato-robot del etarra. Sin embargo, si queremos llegar a comprender el complejo mundo de ETA, hemos de buscar categorías en las que puedan identificarse los militantes. A esto tiende este artículo aunque ha de leerse con la reserva que cualquier simplificación conlleva.

En busca del sentido

Una pregunta básica que me hacía, y que hacía a los informantes durante la investigación, es: ¿por qué ETA?, ¿por qué la gente ingresa en una organización en la que, según el testimonio de sus propios militantes, hay tres salidas, ninguna de ellas muy halagüeñas: la cárcel, la muerte o el exilio?.

Sería muy prolijo explicar los motivos que llevan a diversas personas de distintas épocas a militar en la organización. Resumiendo, puede afirmarse, al menos para los informantes con los que he hecho trabajo de campo, que es determinante la necesidad de encontrar un sentido a su vida. La militancia proporciona un valor central alrededor del cual se organiza todo su mundo, jerarquiza la realidad. Además, el sentido establece la identidad social del sujeto en cuanto que miembro de una comunidad determinada y, dentro de ella, determina el rol a desempeñar.

ETA fue el fruto del encuentro de una serie de personas, allá por los finales de la década de los cincuenta, que estaban a falta de referentes claros de conducta. Puede decirse de ellos que constituían un conjunto anómico en busca de identidad. No les servía ni el modelo nacionalista que veían en sus casas, nacionalismo perdedor de una guerra, y que ellos pensaban que con su conducta estaba perdiendo la posguerra también. Y rechazaban frontalmente el modelo que se les ofertaba en su socialización secundaria, a través de la escuela y las otras instituciones del Estado franquista.

El contacto entre estas personas hace surgir un modelo alternativo: un universo simbólico enfrentado, no sólo al régimen dictatorial sino también al nacionalismo tradicional, y que tanta influencia ha ejercido en la puesta en marcha de nuevas pautas culturales para el conjunto de la población vasca. En efecto, los miembros de ETA, a través de su militancia, además de forjar su identidad personal y la de la organización en tanto que grupo, contribuyen a recrear la identidad colectiva del conjunto de los vascos. Su intervención en actos a favor del euskara, pro-independencia, ecologistas, de apoyo a los insumisos, a la mujer o por la paz, entre otros, muestran la colaboración de ETA y su entorno en la construccción de la etnicidad vasca.

Una constante entre los integrantes de ETA en sus diversas épocas es la vivencia agónica de la cultura vasca. Piensan que los caracteres distintivos de ésta están siendo exterminados, lo que les pone a ellos mismos en peligro. El leit-motiv de ETA es la no distinción entre identidad personal y etnicidad colectiva. Estiman que son lo que son en cuanto que miembros de un pueblo, de una colectividad. Lo que es peculiar a esa comunidad les confiere a ellos personalidad propia, lo que esa comunidad no es o pierde, también a ellos les falta.

Lo paradójico es observar que, pese al tiempo transcurrido y al cambio de régimen político, la motivación antedicha persiste cuando tratamos de establecer por qué los jóvenes actuales ingresan en la organización. Ellos mencionan que la democracia es sólo aparente y que en el fondo se mantiene las mismas formas de épocas anteriores. Así, jóvenes que han estudiado euskara en el Instituto hablan de genocidio de la raza vasca y para ello mencionan la dispersión de los presos, la existencia de torturas o los obstáculos que se ponen a la autodeterminación de la nación vasca. Se registra un cambio de matiz pero el argumento básico es muy similar.

En este sentido, la cercanía a personas que han vivido experiencias de castigo es una importante motivación para llegar a militar en la organización.

Hay un aspecto que merece ser subrayado porque explica cuál es el espíritu que tenían quienes fundaron la organización y que aclara el talante de ésta. Este es el hecho de que entre los primeros etarras destaca un sentimiento religioso muy importante, que se mantiene en la siguiente generación. Recordemos que entre los acusados en el Juicio de Burgos de 1971 había varios sacerdotes. La Iglesia vasca, en cuanto que institución al margen de las estructuras de poder del Estado, ofrecía la oportunidad de actuar al margen del sistema. La Iglesia cumple un importante papel hasta que, puestos en contacto diversos sujetos, y de la transmisión de sus inquietudes y preocupaciones, surge un movimiento que con el tiempo se propone cambiar las estructuras del sistema, hacer la revolución y «vasquizar» Euskadi. Señalan muchos informantes cómo iniciarse en la militancia marca el fin de su práctica religiosa y, en ocasiones, incluso de su creencia. Ha aparecido un nuevo centro jerarquizador con fuerza para crear todo un universo simbólico a su alrededor. Hoy en día ETA es una organización laica y alejada de la religión convencional y, aunque los militantes niegan el paralelismo que a veces se establece entre la comunidad etarra y un movimiento religioso, lo cierto es que para los actuales militantes cumple una función similar a la que puede suponer una religión en cuanto que ámbito de búsqueda.

Buscar y romper, cambiar la vida cotidiana, es una constante en los testimonios de militantes de todas las épocas. En la actitud de búsqueda, influye de manera fundamental el disgusto con lo que uno está haciendo, que impone una ruptura con la rutina. Se aprecia entre los militantes una necesidad de que la magia penetre en la cotidianeidad. En este sentido, se puede hablar de gusto por la aventura, pero ha de entenderse que ésta no es una actitud frívola pues está acompañada de un fuerte sentido de responsabilidad, la intuición de que la vida ha de aprovecharse. Y es que la existencia se muestra tan frágil -en cualquier momento uno puede convertirse en un muerto en vida- que deben hacerse esfuerzos para salvarla. ¿Cómo? Tal vez una forma ideal sea poniéndola en peligro, la vida adquiere sentido cuando puede perderse.

La liminalidad

A través de su militancia los integrantes de ETA crean un universo simbólico, centrado en torno a un valor jerarquizador que es fuente de sentido.

Vivir plenamente el sentido le exige a la persona desplazarse a un nuevo universo de interpretación y actuación sobre la realidad. Yo analizo este desplazamiento de acuerdo con los parámetros que establecen Turner y Van Gennep para hablar de los ritos de paso «1». Estos autores explican como en un momento dado un sujeto -individual o colectivo- puede necesitar separarse de su marco habitual y pasar a una situación marginal -o liminal- caracterizada por la ambigüedad, una época de escasa definición marcada por la búsqueda. Tras ella, el sujeto se dota de unas nuevas normas y vuelve al marco societario en forma de estructura.

El fenómeno de ETA, tal y como yo lo veo, obedece a un fenómeno de ritualización encabalgado: Por una parte, hay un colectivo que como tal vive las tres etapas del proceso. Es decir, una serie de personas se agrupan en un movimiento desmarcado del ordenamiento vigente que se dota de normas peculiares y se convierte él mismo en estructura, se institucionaliza «2».

Por otro lado, cada persona que entra en el colectivo procede de un determinado ordenamiento social al que renuncia para, tras un breve paso por la marginalidad, integrarse en la institución ETA.

Hay además un tercer ciclo de ritualización que no concluye esas tres etapas: el de quien, tras haber militado en la organización, se desliga de ETA y pasa a una nueva liminalidad que puede concluir, bien con el retorno de la persona al marco societario al que renunció para ingresar en ETA o con su permanencia en tierra de nadie: ni en la comunidad marginal ni en otras estructuras sociales.

A medida que el colectivo,y los sujetos que lo integran pasan por las tres etapas citadas van conformando su identidad. Cuando se crea cualquier grupo, y esto lo ilustra bien Alberoni en su libro Movimiento e institución «3», pueden observarse dos procesos en paralelo. Al tiempo que los distintos sujetos contribuyen a gestar una identidad comunitaria, mediante la actuación grupal modifican su identidad individual. Son dos procesos inseparables y que tienen su reflejo en la organización ETA. Es decir, al militar se modifica el talante personal.

¿Qué caracteriza a la identidad forjada por las gentes de ETA? Básicamente la vivencia de la liminalidad; la experiencia de marginalidad, agudizada por la clandestinidad, marca tanto a la organización como a sus integrantes.

Vivir la liminalidad supone sustituir las formas culturales habituales por unas nuevas, lo cual implica:

* Cambio de usos y costumbres:

Obligado debido al hecho de militar en una organización clandestina. Además, por estar la organización marcada por la utopía, los valores dominantes y la consiguiente forma de actuar lo están también. Sin embargo, a veces se hace notar el lastre de los valores inculcados durante la socialización primaria.

* Ruptura de viejos lazos y creación de nuevos:

El mundo de referentes del militante es sustituido por el que proporciona la propia organización, básicamente el talde «4», que se convierte en marco de actuación y relación y hace de vínculo entre cada individuo y el resto de la organización. A pesar de lo dicho, se mantienen los vínculos con el exogrupo, necesarios para reflexionar sobre el alcance político de la actuación de la organización y como infraestructura de la militancia.

* Dotación de nuevo contenido a los roles sociales:

El surgimiento de un nuevo colectivo da lugar a la aparición de nuevos roles sociales. Unos hacen referencia a la jerarquía de la organización (komandoburu, herrialdeburu, etc.), otros son los que confieren prestigio, el cual tiene gran importancia en una organización del talante de ETA. El prestigio se lo gana el sujeto con sus habilidades sociales. Estas ofrecen un amplio repertorio del que paso a citar algunas:

* Saber salir airoso de situaciones comprometidas, el coraje.

* Capacidad de análisis y talento retórico.

* Grado de vasquidad (importancia variable a este respecto de los factores raciales y culturales, sobre todo, conocimiento de euskara).

Al margen de los roles intragrupales, puede distinguirse otra tipología de roles que hace referencia a los que se mantienen con el exogrupo, esto es, con las personas que no pertenecen a la organización. Destacar entre ellos los que se establecen con personas próximas al militante. Éstos, para mantener esa cercanía, deben en cierta forma, participar de su militancia. Así, los familiares se convierten en buzones o las madres pasan del plano privado al público y son las máximas exponentes del coraje.

Por lo que se refiere a la identidad colectiva y, siguiendo las tres etapas que marca Turner, puede distinguirse una «comunidad espontánea» o «existencial», una «comunidad normativa» y, por último, una «comunidad ideológica».

La comunidad espontánea corresponde a aquella breve etapa en que convive la experiencia de marginalidad y creación de algo nuevo. En el caso de ETA presenta las siguientes características:

* Todos sus miembros parten de la igualdad, al menos teórica.

* Es lo que Meyer Fortes denominaría una «sociedad homogénea», es decir, con muy escasa complejidad. Los individuos se pueden incluir en escasas categorías.

* Se plantean relaciones excluyentes debido a la clandestinidad.

* La comunidad nace en el limes, o sea, en oposición a otras formas de estructurarse la sociedad.

* La confianza interpersonal se convierte en exigencia.

* A nivel discursivo, al menos, se registra menosprecio hacia la ambición de poder y se niega la existencia de líderes.

La comunidad espontánea se transforma en normativa cuando se organiza y en su seno aparece el control social. Por último, sobre la experiencia de la comunidad existencial se elabora un modelo utópico y así surge la comunidad ideológica.

La vivencia de la comunidad espontánea es muy breve pero es aquella con la que los miembros del grupo más se identifican y que sirve de referencia en la construcción de la comunidad ideológica. Para revivirla se establece una liturgia de grupo (por ejemplo: homenajes) o actos de carácter informal (por ejemplo: reuniones de antiguos militantes, emulación de la conducta clandestina…).

El paso a la comunidad normativa, la estructuración, para algunos de los militantes es rígido y para otros simplemente necesario. La institucionalización en ETA, y éste parece ser el destino de toda comunidad espontánea, va acompañada de un proceso de jerarquización.

A lo largo de toda la historia de ETA se observan intentos de institucionalizar la organización por parte del grupo más poderoso en cada momento. Estos se ejemplifican con nitidez cuando la rama «berezi» escindida de ETA pm se hace con el poder en ETA m (principios de los 80). La suma de ideología leninista y militarismo ha dado como resultado la actual organización jerarquizada, rigurosamente estructurada y totalmente militarizada.

El colectivo

La elaboración de un nuevo universo simbólico conlleva el sentimiento de pertenencia a una comunidad y una sensación de seguridad que se traduce en:

* Un ordenamiento claro del mundo a partir del valor central.

* Un decálogo de conducta: el universo propone una serie de normas, determina cómo debe comportarse el sujeto.

* Una liturgia grupal, un sentimiento de pertenencia, ahuyenta la soledad.

Este último aspecto, el de la pertenencia a un grupo, puede ser tan satisfactorio para el sujeto que coloque sus propios intereses a los objetivos del colectivo. De esta forma, militar significa asumir la historia y el destino comunitario como propios. La militancia proporciona identidad y ubica al sujeto. Le ofrece un decálogo de conducta, una explicación del mundo, da una finalidad a su vida y le proporciona una liturgia, una manera de relacionarse grupalmente, en definitiva, hace que vivir sea más cómodo.

Otra característica de la comunidad que, según mis datos etnográficos, también cumple la militancia de ETA es la preferencia que sus miembros dan a los objetivos del colectivo sobre los intereses individuales. Militar significa asumir la historia y el destino comunitario como propios. La militancia proporciona identidad y ubica al sujeto. Le ofrece un decálogo de conducta, una explicación del mundo, da una finalidad a su vida y le proporciona una liturgia, una manera de relacionarse grupalmente, en definitiva, hace que vivir sea más cómodo.

Cuando no puede darse esta comunión con las directrices y acciones del colectivo, el individuo se sitúa fuera de él, pierde los lazos con el resto del grupo y vivir se hace más incómodo.

Consecuentemente, el sujeto, por lo que he podido observar, experimenta un auténtico terror a quedarse fuera del colectivo. Esta actitud no obedece tanto a las presiones o amenazas que según cierta prensa se realizan sobre los militantes, cuanto al temor a la pérdida de referentes de identidad y prestigio social que conlleva, lo que podríamos llamar miedo al desamparo. En este sentido es ilustrativo el sentimiento que Dolores Catarain, Yoyes, registró en su diario el 24 de mayo de 1984 durante su exilio mexicano:

Todo el tiempo me viene a la cabeza aquella idea que yo tenía de que de vez en cuando es bueno perderse, de que hay que saber perderse, queriendo decir que hay que tener el valor de cuestionar aquello en lo que uno cree, o aquello por lo que vive, pero ahora entiendo que la gente no quiera perderse y su inconsciente no se lo permita, entiendo que ponga todas las barreras y siga agarrándose a casi cualquier cosa. Y es que lo que yo no sabía era que una vez que uno se pierde en serio, el riesgo de no encontrarse es muy grande, demasiado grande para atreverse a dejarse perder en el espacio, en el laberinto de las creencias, ideas, etc. «5»

Por estas razones pueden leerse textos como el que, casi desde la desesperación, remitió el militante de HB Joxe Agustín Arrieta a la dirección de la coalición y que fue filtrado a la prensa. El autor de la siguiente carta, que transcribo en su integridad, admite no estar de acuerdo con los procedimientos empleados para alcanzar la soberanía vasca -se muestra especialmente contrariado con la entonces reciente muerte de Goikoetxea, sargento de la policía autónoma vasca-. Sin embargo, aunque ya no comulga con el colectivo, confiesa no poder vivir fuera de él. Esto le sume en contradicciones y angustias de las que las siguientes líneas son una muestra:

Aunque sea del tren en marcha. Me retiro, o ése es mi deseo, al menos. Porque también puede ser que me rompa la crisma en este apeaje forzado. No sería el primero ni la primera vez. Me resultaría tremendamente duro soportarme fuera de. Las contradicciones internas, políticas y vivenciales, probablemente me destrozarán. No es el miedo al qué dirán, a las miradas frías y despectivas de mis compañeros lo que me atenazará. Será, como siempre, en armonía con mi yo más profundo, el sentimiento de autoculpabilidad, las dudas, la angustia cotidiana de no poder identificarme (apaciguarme) con ninguna referencia colectiva, lo que probablemente me llevará al autoaniquilamiento.

Pero debo preguntarme: ¿puedo pretender estar cuerdo en un país de locos? A quién se le ocurre… Nos pasamos años y años insistiendo en que debemos evitar el enfrentamiento civil entre vascos, por pura y elemental pedagogía política, a fin de que quede bien claro que la contradicción fundamental estriba en la negación de nuestra soberanía por parte del Estado, y ahora va ETA y se carga a un ertzaina, que, por muy lo que sea que sea, no es más que un ente estatutario. En pura lógica, si estamos en guerra también con el PNV y todo Ajuria Enea deberíamos atentar también contra sus jefes, ¿no?.

¿Qué diablos pretendemos extendiendo el conflicto a ese nivel interno, civil? En un proceso de liberación nacional debe preverse también una fase de enfrentamiento civil, pero estamos rematadamente locos si pensamos que podemos permitirnos el lujo, con la actual correlación de fuerzas, de empezar ya, como si fuéramos partisanos en vísperas de la liberación, dedicándonos a la purga de colaboracionistas. ¿Estamos locos o qué? (Aparte de que, a mi juicio, incluso en esta fase avanzada, habría que hacer lo posible y lo imposible para evitar revanchismos y purgas que a la larga no hacen más que agotar y calcinar la frescura de todo movimiento revolucionario, provocando terrores y odios traumáticos la mayoría de las veces irreversibles).

Si ya el secuestro de Iglesias fue sumamente discutible por cuanto suponía un tour de force peligrosísimo ante la sociedad, este atentado a un ertzaina (no miembro del Ejército español, como otras veces) supone clarísimamente y exactamente eso de que nos suelen acusar nuestros adversarios políticos más lúcidos: ‘Una huida hacia adelante’. «6»

La transgresión

La muerte del ertzaina Goikoetxea en 1993 supuso un punto de inflexión importante en la historia de la organización, aunque no tan impactante como la muerte de Yoyes o la todavía reciente del concejal de Ermua Miguel Angel Blanco.

ETA comenzó sus acciones más espectaculares, las armadas, en 1968 con la muerte del jefe de la brigada político social de Gipuzkoa, Melitón Manzanas. Anteriormente también había realizado ekintzas de carácter violento pero de carácter muy distinto: voladuras de lápidas o monumentos representativos del franquismo, las cuales eran acciones compartidas con otras organizaciones, por ejemplo, EGI, organización juvenil del PNV. Pero el primer atentado contra una persona representó un salto cualitativo importante. Fue la respuesta a la muerte del líder Txabi Etxebarrieta, caído en un enfrentamiento con la policía.

Con el tiempo será éste el aspecto más conocido de la organización, oscureciendo las otras tareas que hasta el momento cumplía: enseñanza de historia vasca, de euskara, economía, etc. Hasta que llegue un momento en que a ETA se la conozca casi exclusivamente por sus muertos.

Si hay un aspecto característico de los estados liminales, a los que según mi interpretación corresponde la militancia en ETA, éste es precisamente la transgresión. La capacidad de romper con las convenciones y generar nuevas normas para valorar hechos y personas, así como para cambiar la relación con el entorno mediante el establecimiento de pautas de conducta inéditas, es un acto consustancial al establecimiento de una comunidad, sin el cual no puede decirse que ésta se haya establecido y que haya creado su propia cultura.

Son muchas las transgresiones de ETA. Estudiar historia vasca, euskara, organizar fiestas vascas y volver del monte con una trenza de tres lazos -rojo, verde y blanco- eran signos de ruptura con el entorno. También una visión de lo social más abierta y unas reglas morales más relajadas, al menos en un plano teórico, son elementos transgresores. La misma vestimenta -en un tiempo el kaiku, en otro el anorak- sirve no sólo para romper con los estrechos márgenes de la cotidianeidad, de «lo permitido», sino también para que sus miembros se reconozcan entre sí.

La forma de llevar la clandestinidad les diferencia de otros grupos. Incluso durante la dictadura franquista en que otros muchos grupos eran también clandestinos y realizaban incluso actividades de carácter similar a las de ETA. El estricto cumplimiento de las normas de seguridad constituye, paradójicamente, al tiempo que una forma de ocultarse, una de destacarse. Así, los del PNV se referían a los primeros integrantes de ETA como «los siniestros» por el secretismo del que se rodeaban y F. Krutwig, antes de aproximarse él mismo al movimiento, lo denominaba Euskal Tenebrosuen Alkartasuna (Asociación de Vascos Tenebrosos).

Pero el elemento determinante para distinguir a ETA y a los etarras no es ninguno de los apuntados, sino ser el grupo que más lejos ha llevado el carácter liminal y, por tanto, el que más ha vivido y vive la transgresión.

Y no se conoce mayor transgresión que la muerte voluntaria, ya sea propia o ajena.

ETA, comunidad liminal, participa de esta característica. A tal punto que puede decirse que ha generado una cultura en la que la muerte tiene un papel sobresaliente, lo cual la destaca entre otros colectivos del entorno cultural vasco.

ETA, los etarras, le echan un pulso a la muerte. Conviven con ella. Los etarras matan y se ponen en disposición de morir.

Hacen que la muerte, que, junto a la enfermedad y el sufrimiento, conforma la tríada que el ser humano se ve forzado a padecer bien a su pesar e indiferentemente de su propia determinación, se convierta en algo dominado por la voluntad humana. El carácter volitivo de la muerte es tan transgresor que puede parecer incluso perverso y anti-natura. Podemos decir que estos individuos viven tan en el limes que hasta la muerte les pasa rozando -aunque mueran y aunque hagan morir a otros-.

Una pregunta clave que se ha de responder si se quiere analizar la violencia que practica ETA es por qué una organización que en origen tenía un carácter cultural empieza a matar hasta hacer de éste su rasgo más conocido.

Una primera explicación puede ser que en tiempos franquistas, cuando nace el movimiento y se hacen las primeras acciones, las condiciones eran tan duras como para exigir medidas drásticas. La cuestión es por qué sucede así en Euskadi, cuando en el resto del estado español, sometido igualmente a la dictadura franquista, no se registran reacciones del mismo tipo.

Jaúregui «7» ha señalado cómo en el País Vasco, el franquismo dió veracidad a la tesis sabiniana según la cual Euskadi era una nación ocupada. Los modales de invasor de los representantes de la dictadura -desde los policías a los maestros- alimentaron esta creencia y animaron a luchar en su contra. Aranzadi «8» abunda en esta misma explicación, resaltando cómo una secuela del régimen fascista es la pérdida de legitimidad del Estado español en Euskadi, más acusada aquí que en otros lugares igualmente sometidos a dicho sistema.

Zulaika, desde la Etnología, describe un fenómeno que puede explicar la pauta cultural que rige el comportamiento de estos vascos que toman las armas. Este autor pone en el saber decir no el factor de auto-identificación del vasco. Ser hombre es capaz de decir ez «9», dice este autor. Y Hacerse persona es aceptar las diferencias que circunscriben el yo en relación con el resto de la sociedad «10»:

Lo que encontramos en el paradigma mítico de eza es el negativo como sustento. Las repercusiones de la indeterminación del bai llegan más lejos en la cultura vasca. La noción de persona es un ejemplo de ello. El hombre del sí, que no domina el ez, no es de fiar. Un uso demasiado frecuente de bai «11» revela la incapacidad de una persona para tomar postura (…).

La definición más clara oída por mí en Itziar de lo que tiene que ser una persona es la siguiente: Ser hombre es ser capaz de decir ez «12».

Esta definición de persona se reproduce en los términos de la identidad colectiva:

(…) Pero actualmente lo más significativo entre la juventud es la práctica del ez en las actitudes políticas. Así como el yo personal se nutre del eza, así también lo hace el yo colectivo; por ejemplo, es muy común oír decir que «ser vasco» es «no ser español» o «no ser francés.

(…) Ez no sólo indica el rechazo asociado a estos términos sino que señala también un contexto de antagonismo combativo. Más significativo que el elemento concreto que se niega, el mensaje principal de ez consiste en que marca un contexto de rechazo y de disposición para la lucha «13».

En la idea del eza -en la negación-, se sustenta la ekintza -la acción-. La ekintza para Zulaika significaría el paso del nivel simbólico del eza al nivel indicial, al nivel de los hechos.

Como eza no puede ser imaginada, sólo puede ser hecha acción en la ekintza «14».

Hay que dejar bien claro que si bien las actitudes agresivas no constituyen ni un rasgo biológico ni cultural particular de los vascos, tampoco lo son de ningún otro pueblo «15», aunque sí pueden llegar a fundamentar la representación colectiva de la comunidad. Otros grupos étnicos basan su identidad social sobre presupuestos totalmente diferentes, a veces incluso opuestos. Por ejemplo, el pueblo catalán se autodefine como pacífico, no violento y dialogante. Tanto esta visión como la del vasco beligerante y combativo son falsos estereotipos, pero que tienen cierta eficacia en cuanto representación colectiva, tanto para los propios integrantes del colectivo como, sobre todo, para los que lo contemplan desde fuera.

En general, puede concluirse que cuando es una persona aislada quien emplea la violencia de forma sistemática es probable que sufra una patología; y que cuando es una comunidad la que muestra conducta agresiva no es que actúe así de acuerdo con una idiosincrasia especialmente violenta, hay que pensar más bien en que se ha activado un mecanismo de respuesta a un estímulo «16».

Puede discutirse si la respuesta es excesiva o no, pero esto tampoco conduce a clarificar y, sobre todo, a solucionar el problema. Porque la cuestión ya no es ésta, sino cómo hacer desaparecer el estímulo que provoca tal respuesta y cómo hacer llegar al sujeto el mensaje de que el estímulo ha desaparecido.

En este sentido, la violencia de ETA, que es una violencia de carácter centrífugo -hacia el exterior- y centrípeto -todo etarra está amenazado de muerte desde el momento en que inicia su militancia- se desencadena, según el discurso de ETA, como un mecanismo de autodefensa.

Debido a este sentimiento de autodefensa, la ideología cultural de la izquierda abertzale se ha sostenido sobre dos pilares: el elemento armado y la cultura de resistencia, heredada del PNV de postguerra y de la lucha antinazi en la Europa de la Segunda Guerra Mundial. Así se llega a la formulación de Euskadi como país en guerra, una guerra de invasión. Se corresponde esta visión con la herencia ideológica de ETA -procedente de Sabino Arana y su Euskadi ocupada- así como con las lecturas de primera época -de luchas anticolonialistas, fundamentalmente por la independencia argelina e israelí- y se continúa hasta nuestros días «17». La Euskadi invadida es otra variante de la realidad de Euskadi. Una ensoñación más, pero que, como cualquier otra que del país se haya hecho, tiene para sus protagonistas un alto contenido de realidad.

Se concibe así una guerra no declarada pero existente. Una guerra con un claro ofensor: Las potencias que invaden este pueblo; frente a ellas una serie de personas están dispuestas a todo, a matar y morir, para expulsarlas del país, son los guerreros-defensores-mártires. Entre ambas, hay varias categorías intermedias que reciben una valoración negativa: quienes, siendo vascos, confraternizan con el invasor, quienes no tienen conciencia nacional o de clase, etc. El núcleo del discurso y el que justifica la violencia es que el etarra nunca querría emplear las armas pero el recurso a ellas le viene impuesto. Es la sensación de estar en peligro y, por tanto, deber defenderse, junto a la actitud transgresora propia de quien pertenece a una comunidad liminal las que conducen finalmente a tener resolución para matar.

Si bien matar es una gran transgresión, aún lo es más ponerse en disposición de ser muerto. Vivir el nuevo universo simbólico supone que hasta la muerte tiene sentido en él. El militante de ETA sabe que, desde el momento en que ingresa en la organización, ya corre el riesgo de morirse. Utilizo el verbo morirse como un verbo activo, distinto del pasivo morir. El etarra se muere, esto es, se pone en disposición de ser muerto convirtiendo algo accidental como la muerte en un acto volitivo.

El discurso justificativo para que estas personas adopten tal postura se basa en que debido a que Euskal Herria está en proceso de aculturación, también quienes la conforman están a punto de desaparecer como vascos. Ante tal situación, hay quien acepta su sacrificio para que el pueblo perdure.

Esto no quiere decir que sea una actitud suicida: el militante, aunque acepta la posibilidad de morir, íntimamente no quiere que eso llegue a suceder. Lo que sucede es que ante una muerte que va a llegar de forma inexorable, el militante de ETA adopta una postura activa. Su relación con la muerte es de reto. A este respecto señalar que el hecho de compartir el riesgo con los compañeros hace que la muerte sea vista con menos temor.

Consideración final

Pese a lo espectacular que pueda parecer la trayectoria de los militantes, tras conversar con ellos estoy tentada de concluir que la experiencia de clandestinidad, de castigo y vuelta de una u otra manera a la rutina no es sino un ciclo de aprendizaje. Es, además, similar al que cursa cualquier persona por el simple hecho de vivir y crecer, sólo que, al militar, se realiza en menos tiempo y en una situación especial. La militancia es un cursillo acelerado entre la vida y la muerte.

Miren Alcedo

Profesora de Antropología Social en la Universidad del País Vasco
y autora del libro Militar en ETA

Notas:

1. Entiendo el rito como aquel proceso por el que la persona sufre una transformación total de su vida y adquiere una nueva identidad.

2. Me parece claro el proceso de insitucionalización referido a ETA aunque, curiosamente, tanto desde dentro de las filas del colectivo como desde los que lo critican se insiste en presentar a ETA como una comunidad marginal, desestructurada.

3. ALBERONI, F.: Movimiento e institución -Madrid: Editora Nacional, 1984.

4. Talde, en euskera grupo, es el nombre dado al comando, a la estructura más elemental dentro de la organización ETA.

5. Yoyes. Desde su ventana, p.164.

6. Carta que apareció en El País, jueves 9-12-93. Iba acompañada de la siguiente nota, firmada por Aurora Intxausti: «Arrieta emitió ayer un escrito en el que asegura que esa carta ha sido interceptada por la policía al ser remitida por él al fac de la sede de HB en San Sebastián (…) José Agustín Arrieta, de 42 años, fue responsable del área de euskera de la Mesa Nacional de HB hasta 1992 y concejal del Ayuntamiento de San Sebastián en la presente legislatura. En la actualidad trabaja en el departamento de euskera de la Caja de Guipuzkoa y escribe novela y poesía en euskera, al tiempo que ha realizado traducciones de los clásicos a la lengua vasca. La carta en la que el parlamento de Herri Batasuna expresa sus discripancias fue enviada a un reducido grupo de compañeros de partido (…) En el escrito de ayer, remitido desde la sede de HB, Arrieta dice, entre otras cosas, que es militante de Herri Batasuna y que se siente orgulloso de ello (…)».

7. JAUREGUI BERECIARTU, Gurutz: Ideología y estrategia política de ETA. Análisis de su evolución entre 1959 y 1968, Siglo XXI, Madrid, 1981.

8. ARANZADI, Juan «Sangre simbólica e impostura antropológica» en el nº 6 de la revista Antropología, Madrid, diciembre del 93; número que lleva el título genérico de «Antropología y violencia política».

9. ZULAIKA, op. cit, p. 343. (El ez vasco equivale al no castellano).

10. Ibídem.

11. Bai es sí en euskera.

12. Ibídem., pp. 342-343.

13. Ibídem., pp. 345-346.

14. Ibídem., p. 355.

15. Santiago GENOVES, estudioso en temas de agresividad, se ocupa de este asunto en su libro «La violencia en el País Vasco y en sus relaciones con España. No todo es política», Fontanella-Hogar del Libro, Barcelona, 1986. En él, y citando a Fernández Guardiola, escribe: «Una conducta de violencia sostenida implica una distitución o una alteración de las funciones más armónicas del cerebro y nunca una prueba de la actividad de una función normal instintiva».

16. Para quien se limita a observar, el estímulo puede parecer inexistente, una alucinación. Para quien la vivencia es siempre real, tal vez un sueño -o pesadilla- en el que vive.

17. Hasta el punto de llamar cipayos a las fuerzas de la policía autonóma vasca. Los cipayos, como bien se sabe, eran los soldados nativos que, durante los ss. XVIII y XIX y en la India, estaban al servicio de Francia, Portugal y Gran Bretaña, las potencias colonizadoras.

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