Inmigración en la Argentina: una invasión nada silenciosa de prejuicios útiles

Leandro Etchichury – Realidad Económica Nº178

Introducción

Durante la última década del siglo XX, en estrecha relación con la aparición de actitudes xenófobas tanto en Europa como en los EEUU, comenzó a plantearse, desde los estudios sociales y ámbitos gubernamentales, inquietud por el llamado problema migratorio. El tema fue instalado como una nueva problemática de interés global.

Numerosos trabajos comenzaron a advertir sobre masivos desplazamientos humanos con importantes impactos económicos y culturales. El choque entre civilizaciones se planteó como una nueva realidad[1]. La prensa se hizo eco y el espacio ocupado por el tema creció en relación directa con la espectacularidad de los hechos. Desde los organismos internacionales se planteó que “las migraciones internacionales son más fuertes que nunca antes”[2]. Organizaciones políticas de extrema derecha comenzaron a aporrear a los extranjeros, el temor de invasión se trasladó a los conservadores y los gobiernos optaron por rever sus políticas fronterizas.

En esta era globalizadora el tema se ha instalado en la Argentina, provocando el enfrentamiento apasionado de posturas divergentes. Campañas públicas contra los inmigrantes y actos de violencia expresaron el interés de algunos conciudadanos por estar a tono con las tendencias que marca el Primer Mundo. Asimismo, en la agenda legislativa del año 2001 está presente la modificación de la Ley General de Migraciones y de Fomento de la Inmigración (ley 22.439), conocida también como Ley Videla, ámbito, el parlamentario, que seguramente funcionará como caja de resonancia de las posturas que hoy la sociedad debate.

En el presente trabajo se intentará, desde una visión antropológica, encontrar respuestas a dos interrogantes  que considero fundamentales para comenzar a abordar un tema de por sí complejo. En primer lugar, si este llamado problema migratorio es un fenómeno de nuevo tipo, característico de esta etapa del desarrollo capitalista. Y, en segundo término, si el problema al que nos enfrentamos desde la Argentina es el mismo que se expresa desde los países centrales.

 

El problema migratorio

El desplazamiento de grandes contingentes de personas a la búsqueda de nuevos espacios, con la esperanza de poder desplegar sus potencialidades de desarrollo en los distintos aspectos humanos, no es un fenómeno nuevo.

Nuestros antepasados Homo, hace aproximadamente unos dos millones de años, ya se habían lanzado a la colonización de los grandes espacios africanos, y de allí, en un proceso sin duda magnífico y del cual de a poco vamos conociendo novedosos detalles, fueron ocupando el resto de las masas continentales. Desde entonces la costumbre no ha perdido impulso, pero sí constantemente ha innovado en sus prácticas. Los desplazamientos han sido, entre otras formas, pacíficos, violentos y bajo distintos tipos de modalidades comerciales.

El mejor caso de migración violenta que podemos encontrar en nuestra historia fue la conquista del actual continente americano por los distintos pueblos europeos que sucesivamente fueron arribando a este lado del Atlántico, llegando a producir un masivo recambio poblacional, que comprometió además a africanos y asiáticos.

Un somero repaso del impacto nos muestra que numerosos pueblos de América y Africa fueron sometidos; los muertos se contaron por millones; sus culturas arrasadas. La desestructuración social y el desarraigo completaron un cuadro de subordinación que llega hasta nuestros días.

Estos violentos inmigrantes venían en busca de un futuro mejor. En un principio fueron guiados por tres utopías: la riqueza, la preeminencia social y un fértil campo para la conversión cristiana[3]. No fue la alta nobleza europea la que abandonó su tierra natal para lanzarse a la conquista del nuevo mundo. Quienes salieron a la caza de nuevos horizontes  fueron nobles empobrecidos, soldados, campesinos, artesanos y perseguidos de distinto cuño. Resulta gráfico, en este último punto, el caso australiano, que comenzó como una colonia penal de Gran Bretaña.

Los algo más de 150 millones de migrantes que hoy circulan por el mundo, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones, impactan por su cifra, pero representan tan sólo un 2,5% de la población mundial; una población que creció significativamente del siglo XV a esta parte.

Entonces, por qué recién ahora las migraciones resultan ser un serio problema? Sin duda de lo que se trata es de un asunto que se enmarca en términos ideológicos y políticos, de países centrales y países periféricos, países hegemónicos y países dependientes (o emergentes como recomiendan llamarlos los organismos financieros internacionales).

La prensa suele ser una herramienta fundamental para la imposición de nuevos puntos de vista de los sectores de poder. Pero en este tema cobra también relevancia el papel dominante de los centros de estudios e investigación de los países centrales, para imponer, aún sin malas intenciones, una agenda de problemáticas que se pretenden globales. Así, se presentan como novedosos problemas que en todo tiempo y lugar han acarreado las migraciones.

Tomemos por caso un fragmento del discurso inaugural del Consejo Intergubernamental del programa MOST de la UNESCO (16 de junio de 1997), realizado por el antropólogo australiano Stephen Castles, especialista en temas migratorios, al exponer sobre la relación entre globalización y migración.

“…Cualesquiera sean las intenciones originales de los emigrantes, los empresarios y los gobiernos, las migraciones suelen conducir a la reagrupación de las familias, a asentamientos y a la formación de nuevos grupos étnicos en los países receptores (…) En los países de emigración, las familias y las comunidades locales experimentan cambios profundos y duraderos. La emigración es un aspecto de la disolución de las estructuras económicas y sociales tradicionales que ha producido la globalización (…) Numerosos emigrantes perciben su situación como una exclusión económica y social: se ven obligados a abandonar sus países, porque ya no queda lugar para ellos. Incluso pueden llegar a verse como excluídos de la comunidad nacional. De la misma manera, en los países de inmigración numerosas comunidades experimentan cambios drásticos. El asentamiento de los inmigrantes puede transformar la economía nacional y las ciudades y forzar una reflexión sobre los valores sociales y culturales. En ocasiones, los inmigrantes también sufren la exclusión en este plano, debido a las desventajas económicas, las violaciones a sus derechos o a la discriminación”[4]

Qué podemos encontrar de diferente en los procesos migratorios que vivió América desde finales del siglo XV y en la propia Australia? Luego de una acción inicial de conquista y sometimiento, los nuevos territorios fueron vistos como grandes espacios vacíos a ser ocupados. Territorios para una nueva redención. Nuevos grupos étnicos importaron aún más novedosos comportamientos socio-culturales, generando los drásticos cambios que señala Castles. Mayoritariamente quienes se aventuraban en esta odisea pertenecían a una masa de excluidos, muchos de los cuales vieron en la emigración su gran oportunidad de progreso y otros no tuvieron más opción, como los puritanos calvinistas perseguidos en Gran Bretaña, que formaron las primeras colonias norteamericanas; los reos británicos trasladados a Australia; judíos expulsados de España; o los negros y chinos utilizados como esclavos. Asimismo, cambios profundos y duraderos experimentaron las zonas de emigración, que como el caso de la castellana Extremadura pagó cara la partida de una gran proporción de hombres hacia la aventura americana. 

Si en Europa occidental el problema migratorio se descubre hoy como grave, es porque la enorme masa de emigrantes, mayoritariamente pobres, que hacia finales del siglo XIX y hasta mediados del XX partieron hacia América fue funcional para sus proyectos políticos y económicos. Hoy el contexto mundial en el que los actuales países centrales agrandan la brecha con los países del inframundo, les pone a sus puertas una cantidad de pobres tercermundistas que buscan lo que otros buscaron antaño, y que propios y extraños les han vedado en sus respectivos territorios nacionales, después de años de prácticas colonialistas y renovadas formas de dependencia económica y política.

En consecuencia, bien podríamos afirmar que el llamado problema migratorio forma parte del paradigma neoliberal que, con la caída del Muro de Berlín, se impuso como forma de pensamiento único universal. Una visión centrada en los intereses de los grupos de poder de los países más desarrollados, lo que en antropología se suele calificar como una visión etnocéntrica. Este paradigma neoliberal, que se impuso sobre las concepciones que el comunismo y el Estado de Bienestar tenían respecto a la forma de analizar y actuar sobre lo social, avanzó por sobre las fronteras nacionales[5] imponiendo el libre tránsito (aunque no siempre en forma democrática) de capitales fundamentalmente, y como su inmediata consecuencia  de información; pero inversamente a este proceso se estimuló el reforzamiento de las fronteras para restringir la libre circulación de personas, regulando los estados (a contrapelo del dogma) quiénes entran y quiénes no, quiénes se quedan y quiénes no, como forma de preservar sus niveles y calidad de vida, reforzando la propia identidad a partir de la diferenciación con otros, objeto de prejuicios y actitudes discriminatorias[6].

No es llamativo, entonces, que como afirma la Dra. Adriana Rossi, profesora de la Universidad Nacional de Rosario e investigadora del Programa Droga y Democracia del Transnational Institute de Amsterdam, las migraciones ilegales junto al terrorismo y el narcotráfico reemplazaron al comunismo como enemigos del llamado mundo libre[7].

 

La inmigración en la Argentina, es un problema?

El importante peso de la migración en la conformación social de la Argentina no es ninguna novedad. En nuestra historia que va de la experiencia independentista a esta parte,  la mayor parte de los inmigrantes llegaron entre 1870 y 1929. Luego de la crisis del 30 se produce una nueva afluencia de migrantes, aunque de menor magnitud que la anterior, estando relacionada además con el conflicto bélico europeo y la inmediata situación de posguerra. Según cifras del INDEC,  a la Argentina arribó entre finales del siglo XIX y el año 1970, el 38% de la migración recibida en conjunto por América latina y el Caribe en ese mismo período.

“El impacto migratorio sobre el poblamiento del país fue de tal importancia que se estima que la población registrada en 1960 se hubiera reducido a la mitad sin el aporte inmigratorio”[8]

En diciembre del 2000, en un encuentro organizado por la Comisión de Población de la Cámara de Diputados de la Nación, el sociólogo Alejandro Giusti (Director Nacional de Estadísticas Sociales y de población del INDEC) fue más gráfico aún al afirmar que de haber continuado la afluencia de inmigrantes en los niveles de la primera mitad del siglo XX, la Argentina hoy tendría una población de 163 millones de habitantes. Ese sí hubiera sido un interesante problema migratorio, que puede incentivarnos para repensar si el mal de la Argentina es su extensión, como decía Sarmiento[9], o la falta de población. 

La República Argentina tiene una superficie, en su porción continental, de 2.780.400 km2; con una densidad de población de 11,7 habitantes por km2[10]. Para la misma época de medición (1991), España con una superficie de 504.750 km2 tenía una población relativa en el orden de 78 habitantes por km2. Los niveles de desarrollo económico y social de entonces a esta parte han sido ampliamente favorables para el país ibérico, hacia donde la Argentina envía importantes sumas de dinero en concepto de remesas de ganancias obtenidas por empresas con origen en esas tierras.

Pero volviendo al análisis de la situación demográfica en la Argentina, se puede ver que entre 1947 y 1991 hay una desaceleración del crecimiento poblacional. Si entre 1947 y 1960 la tasa media anual de crecimiento era del 17,9 por mil, a fines del siglo XX fue del orden del 13 por mil. A ello contribuye una caída de la tasa bruta de natalidad en un 23% en el período 1950-2000.

Todo este cuadro se ve acompañado, y aquí nos aproximamos al eje de esta sección, por una tendencia marcadamente declinante de la inmigración hacia nuestro país, siendo negativa la tasa de crecimiento migratoria en el período 1975-1980 dada la importante emigración de argentinos por persecuciones políticas y dificultades económicas. En el período 1995-2000 la tasa de crecimiento migratorio fue de cero. Estos datos son de importancia con el fin de pensar una política poblacional para la Argentina de cara a la reconstrucción de un significativo mercado interno como motor de la economía.

El porcentaje de participación de la población inmigrante en el total del país se redujo del 15,3% en 1947, al 6,8% en 1980, mientras que en 1991 cayó al 6,1%. Susana Torrado, especialista en temas demográficos, opina que de continuar la actual tendencia, y de no mediar una acción política del Estado en otro sentido, el efecto inmigratorio sobre el crecimiento de la población será prácticamente nulo[11].

Todo parece indicar que si hay problemas en la Argentina, ellos no son fundamentalmente los de tipo migratorio. Entonces para encontrar una respuesta al ataque desatado contra los inmigrantes en nuestro país en los últimos años, habrá que prestar atención al dato que indica que desde mediados del siglo XX cambia el componente inmigratorio que pasa a estar conformado mayoritariamente por ciudadanos de países circundantes al nuestro, con una creciente predominancia de bolivianos, paraguayos y peruanos. Según el propio INDEC, el porcentual de inmigrantes de países limítrofes respecto al total de argentinos residentes en el país se mantuvo en una cifra próxima al 2,6% entre los años 1869 y 1991; y si bien las radicaciones de inmigrantes peruanos se multiplicó por tres entre los años 1995-1999, la de inmigrantes chilenos se redujo a la mitad, situación que también sucedió, aunque en menor proporción, con uruguayos y brasileños.

En síntesis, si bien hoy la Argentina está muy lejos del 30% que representaron los inmigrantes para 1914, lo que en algunos sectores parece causar espanto es el actual peso relativo de los migrantes latinoamericanos respecto al total de población inmigrante[12], para un país que aún preserva en su Constitución Nacional una cláusula de preferencia para con la inmigración europea.

Conclusión

Si el llamado problema migratorio de los países centrales forma parte del repertorio del pensamiento único, el problema migratorioen la Argentina forma parte de la ideología dominante, que en definitiva es la ideología de la clase dominante.

Si a diario en la prensa vemos como el país se debate entre la tragedia y el esperpento[13], no es raro que los responsables traten de imponer la figura de un chivo expiatorio.

El problema migratorio argentino está más próximo de un problema de tipo discriminatorio, xenófobo y racista, que de una invasión silenciosa de extranjeros anunciada escandalosamente por ciertos (ex) funcionarios y sectores de la prensa.

“El caso argentino puede por ejemplo contrastarse con el de Australia que no solamente fue también un histórico país de destino, sino que tiene un similar tamaño poblacional. En aquel país se estimaba en un 23,4% el peso de los extranjeros a principios de los noventa, o sea más de cuatro veces el equivalente para Argentina”[14]

En su informe del año 1998, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) señalaba que dentro de la cifra de residentes nacidos en el exterior, el porcentaje de ilegales no excedería el 10%.  A la vez, existe coincidencia entre los investigadores en la muy baja incidencia en los índices de desempleo por parte de los inmigrantes[15].

Ante la campaña del sindicato de obreros de la construcción UOCRA, contra el supuesto robo de puestos de trabajo por parte de los inmigrantes, Susana Torrado alertaba sobre el problema de confundir inmigrantes ilegales con maniobras empresarias para importar de manera legal mano de obra con menores costos. Léase un mayor grado de explotación.

Aquí reside otra de las perversiones de las posturas antiinmigratorias. Mientras por un lado llaman al cierre de fronteras y expulsión de los extranjeros, el desplazamiento de personas da lugar a jugosos negocios. No todos son negocios ilícitos, como el tráfico de personas y la corrupción administrativa, sino que también empresas y gobiernos obtienen importantes beneficios  legales, a través de la privatización de políticas  públicas migratorias (emisión de documentos, exigencia de escribanos registrados para la tramitación de radicaciones) y el cobro de tasas migratorias abusivas.

Por otra parte, un dato que siempre eluden los propagandistas de la antiinmigración es el de una Argentina generadora de emigrantes, cuya sociedad se indigna cuando son tratados despreciativamente en el Primer Mundo. Según informes de la OIM y el Indec,

“Al mismo tiempo que la Argentina se va conformando como el núcleo de un subsistema regional de migración en el cono sur, adonde confluyen trabajadores de Chile, Bolivia, Uruguay y Paraguay, también se constituye en proveedor de mano de obra profesional, técnica y calificada que se dirige principalmente a EEUU y Canadá y, en menor medida, a Europa”

Argentina es el país de la región con más cantidad de emigrantes hacia los Estados Unidos. Y si bien es significativa la fuga de cerebros[16], muchos de los que parten no tienen las condiciones de calificación anteriormente citadas.

Una reciente encuesta realizada por Graciela Römer y Asociados, en Capital y Gran Buenos Aires, revelaba que el 43% de los encuestados se irían del país de tener una oportunidad, mientras que un 46% manifestaba el deseo de que sus hijos se vayan del país.

De todo ello se desprende que los problemas migratorios argentinos no son del mismo tipo que los problemas migratorios de los países centrales.

La Argentina moderna tiene una muy clara historia de cómo la discriminación fue utilizada por sus clases dirigentes para explicar coyunturales fracasos. Así se proclamó que la barbarie del gaucho impedía el avance de la civilización europea. La Ley de Residencia nació ante un inmigrante europeo proveniente de otras latitudes que el deseado, y para mayor desgracia con ideas peligrosas. Se volvía entonces una mirada al noble gaucho de la pampa argentina, ya en extinción. Para mediados del siglo XX fue el aluvión zoológico de cabecitas negras, en la búsqueda de un protagonismo por años negado, el objeto de escarnio.

En 1992 fueron expulsados del país 931 inmigrantes ilegales. En 1994 los expulsados por distintas contravenciones llegaron a los 24.000. Todos de paìses vecinos.

Pero la figura del inmigrante ilegal abarca más de lo que su concepto encierra. Es el inmigrante local o extranjero, es el pobre, es el aindiado. Allí radica su poder discriminatorio. Tres mil chaqueños en Santa Fé fueron deportados a su lugar de origen. Qué importa si el villero bolita es jujeño o potosino! En definitiva a nuestro noroeste se lo decretó no hace mucho como región inviable.

La construcción de un otro extraño, de figura peligrosa y amenazante, no es nueva en la historia de las sociedades, que así enhebran un mundo simbólico sobre el que, en primer término, se respaldan los grupos hegemónicos para legitimar su acción en el cotidiano, resignificando así una identidad colectiva propia. Griegos y romanos denominaron bárbaros a todo el mundo ajeno a su civilización. El mundo precolombino de la meseta central mexicana también produjo una riqueza de calificativos interètnicos un tanto peyorativos. Y, más próximo a nosotros,  en el Chaco, los pueblos tobas, mocovìes, abipones y pilagaes conformaban una familia lingüística, los guaycurùes, que en guaraní significa “viles traidores”. No obstante ese reforzamiento de un nosotros a partir de una construcción cultural, que a la vez sirve como elemento para poner una distancia social de los otros, no fue un acto endogámico sino, por el contrario, fue producto, en mayor o menor medida, de una creciente interacción.

El modelo neoliberal que se impuso en la última parte del siglo XX, ha generado un cimbronazo social. Derrumbe de certezas, de seguridades sociales, de espacios ganados a través de la lucha de generaciones pasadas. El proceso generalizado de concentración del poder tuvo su respuesta en un reforzamiento de identidades a partir de elementos próximos a las personas, actitud que se ha prestado a la utilización política.

La rapidez y multiplicidad de medios por los que hoy se transmiten todo tipo de informaciones, sumado a una agresiva y dominante expansión de los valores norteamericanos, crean una sensación de fragilidad de las propias identidades culturales. El debate entre las ideas de homogeneidad cultural versus realidad multicultural y multiétnica, no sólo se da en el mundo académico[17] sino también en lo que va quedando del mundo laboral y en los más diversos aspectos de la cotidianeidad.

El desarrollo del propio pensamiento occidental a partir de la conquista de América, junto al avance científico, fue intentando poner límites a un etnocentrismo que desarrollaba altos niveles de violencia. Hoy los avances de los estudios genéticos determinaron la inutilidad del concepto raza, reforzando la idea de unidad biológica del género humano. Unidad en la diversidad, diría el apotegma político. Una diversidad que enriquece, pero que no puede traducirse en términos de superioridad e inferioridad.

El miedo al inmigrante ilegal en nuestro país es el miedo de muchos a reconocerse como latinoamericanos, con todo lo que ello implica. La Argentina no está en Europa, no tiene homogeneidad cultural, es multiétnica y tiene fuertes lazos históricos que nos unen a las naciones que nos rodean, sean o no limítrofes.

Ahora que comenzará a debatirse en el Congreso nacional una nueva ley migratoria, será bueno tener todo esto presente, para poder darse una política más acorde a nuestros intereses nacionales y de unidad regional, como respuesta a esta nueva etapa histórica que nos toca vivir.

Leandro Etchichury

Antropólogo. Investigador de la Cátedra de Antropología Rural (FFyL-UBA), en el proyecto Asociativismo y Acción Corporativa en la Región Central de la Pampa Bonaerense, bajo la dirección del antropólogo Hugo Ratier. Miembro del Instituto de Investigaciones Antropológicas Olavarría (IIAO), provincia de Buenos Aires. Asesor en la Comisión de Población de la Cámara de Diputados de la Nación.


[1] El politólogo norteamericano Samuel Huntington visualizó al mundo de la posguerra fría sumido en disputas fundamentalmente culturales, de allí el término choque entre civilizaciones. Los distintos pueblos del globo resignificarían sus identidades sobre unas definidas matrices culturales. Esta visión  llevó al extremo conceptualizaciones antropológicas respecto a la construcción de  identidades colectivas, y  se apoyó en los violentos enfrentamientos étnicos producidos en Europa del Este, Asia y Africa inmediatamente después del derrumbe del bloque socialista.

[2] Página Web de la BBC de Londres del día 27 de octubre del 2000: “Más de 150 millones de migrantes en el mundo”.

[3] Stern, Steve: “Paradigmas de la conquista: Historia, historiografía y política”. Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”. Tercera serie, núm.6, 2° semestre de 1992.

[4] Castles, Stephen: “Globalización y migración: algunas contradicciones urgentes”. En  Revista Internacional de Ciencias Sociales. UNESCO. Página web. 1998

[5] “Tal vez se trate de un mundo donde estamos más preocupados que nunca por las fronteras, porque ahora las entendemos como un fenómeno ni absoluto ni natural y, por lo tanto, más fácilmente dado por sentado, sino sólo como algo relativo, artificial y, por ende, problemático”. Ulf Hannerz, antropólogo de la Universidad de Estocolmo, Suecia. Revista Internacional de Ciencias Sociales. UNESCO. Página web.1997

[6] EEUU, la principal economía mundial, no casualmente es el mayor centro receptor de migrantes, registrando una entrada anual aproximada a los dos millones de personas. Los inmigrantes mexicanos representan aproximadamente el 20%. Pocos años atrás, el diario Clarín publicaba una entrevista a un sociólogo norteamericano quien afirmaba que los latinoamericanos no poseían una visión del desarrollo económico y científico al modo del mundo anglosajón, por lo que veía a la creciente migración latina como perjudicial para su país. Con el tratado de libre comercio, la política migratoria es un punto central en los acuerdos entre los EEUU y México, país, este último, al que se le asignó la función de ser el muro de contención para con los otros migrantes latinoamericanos.    

[7] Le Monde Diplomatique, N°16. Octubre 2000

[8] INDEC: La migración internacional en la Argentina. 1997

[9] Sarmiento, Domingo F. (1845): Facundo. Civilización y barbarie. Editorial Porrúa. México, 1998.

[10] Fuente INDEC, Censo Nacional de Población y Vivienda 1991.

[11] Mazzeo, Victoria (1998): “Dinámica demográfica de Argentina en el período 1950-2000. Análisis de sus componentes”. En:III Jornadas Argentinas de Estudio de la Población. H. Senado de la Nación. Dirección Publicaciones. Buenos Aires

[12] 52,1% de  los inmigrantes provenían, en 1991, de países limítrofes, respecto al 8,6% en 1914 (datos INDEC)

[13] “(…)Legisladores y jueces corruptos; funcionarios sospechosos e ineptos; fuerzas de seguridad principales gestoras de inseguridad; tres millones y medio de miserables (cifra en crecimiento exponencial: 10,8% en 12 meses); 70% de desnutrición en algunas zonas; puesto destacadísimo entre los países corruptos; industria nacional asfixiada (la producción nacional cayó tres veces más que el conjunto de la economía); provincias desvastadas (…)”. Gabetta, Carlos: Le Monde diplomatique. Número 16. Octubre 2000  

[14] Casaravilla Diego: “Presente y prospectiva de la inmigración indocumentada en el cono sur” (Seminario Internacional del Comité de Investigaciones en Sociología de las Migraciones de la ISA, noviembre del 2000)

[15] Informe CELS, 1995, y Casaravilla Diego: op. cit.

[16] Un simposio realizado en septiembre del 2000 en Costa Rica, organizado por la CEPAL, sirvió de marco para destacar el brillante negocio que significa para los países centrales capturar personas altamente capacitadas de los países periféricos. Allí se afirmó que los 120 mil millones de dólares anuales que envían de remesas a sus familiares los inmigrantes latinoamericanos, son una cifra ínfima en relación a lo que invirtieron los países de origen en su educación, y también respecto al aporte que realizan en el país receptor.

[17] En la antropología, es interesante el debate que desde una visión norteamericana Clifford Geertz mantiene con el francés Claude Lévi-Strauss. Allí se ponen en evidencia dos formas de pensamiento: la francesa crecientemente ombliguista y una abierta, pero expansiva, actitud norteamericana (Geertz, Clifford : Los usos de la diversidad. Paidós. Barcelona. 1996)