Clubes de campaña y liderazgos locales en la pampa central bonaerense

Leandro Etchichury
Trabajo publicado en la revista Realidad Económica N° 195

INTRODUCCION

El presente artículo es una versión ampliada, a partir de nuevos datos obtenidos en los distintos trabajos de campo realizados a lo largo del año 2001, respecto a la presentada en el VI Congreso Argentino de Antropología Social de Mar del Plata. El mismo, es producto de una investigación que viene desarrollando el equipo de Antropología Económica y Rural, del Instituto de Ciencias  Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en conjunto con la Universidad Nacional del Centro y el Instituto de Investigaciones Antropológicas Olavarría (IIAO); referido al tema Asociativismo Rural y Acción Corporativa en la Región Central de la Pampa Bonaerense; proyecto dirigido por el Profesor Hugo Enrique Ratier.El objetivo general de dicha investigación es “analizar las formas asociativas vigentes en la región en estudio, tanto específicamente agropecuarias como de otra índole, su relación con las corporaciones de productores, su reacción frente a las políticas públicas que las afectan y los mecanismos puestos en práctica al respecto”[1].Sobre la base de las primeras aproximaciones al terreno, se partió de la hipótesis que los productores y trabajadores del área rural no se sentirían contenidos por las organizaciones, en particular las agropecuarias, que trascienden el marco local; por lo que dichos actores recrean y construyen instancias asociativas, que no necesariamente están ligadas a lo agropecuario, como es el caso de las cooperadoras escolares, asociaciones deportivas, nativistas, etc.; espacios sociales que son sentidos más próximos y que operarían como herramientas para canalizar sus intereses y  resolver sus problemáticas.El trabajo de campo se llevó a cabo en las localidades de Santa Luisa, Durañona y Recalde (partido de Olavarría), 16 de Julio (Azul), y El Luchador (Benito Juárez), entre otras; región con un fuerte componente de medianos productores agropecuarios de carácter familiar, que ante la llegada de las políticas neoliberales aplicadas en la Argentina, principalmente en la última década del siglo pasado, optaron, quienes pudieron, por estrategias de supervivencia emanadas de su propio capital cultural, algunas de ellas definidas por Hugo Ratier como “estrategias regresivas” (Ratier 2000b), un recurso de carácter defensivo ante una política rotulada de “globalización” que por no reparar en “detalles locales” generaron mecanismos autodefensivos, fenómeno observado a lo ancho del mundo, principalmente basados en valores e identidades históricas.Pero volviendo al trabajo de referencia, se puede destacar que durante su desarrollo se fueron perfilando, de cara a la investigación, tres instituciones[2] que disputan espacios de poder a nivel local y la consecuente primacía de sus referentes sociales. Son ellas, la Delegación Municipal, la Escuela y el Club.  De las tres, el presente trabajo se centrará en el último, el Club de Campaña, tratando de organizar y reflexionar sobre las impresiones y experiencias recogidas durante esta etapa de trabajo. Si se tiene que ensayar sobre el por qué del recorte, se puede argumentar respecto al propio interés de hacer entendible cómo lo que, desde una visión externa, aparece como un espacio lúdico y de esparcimiento social para los tiempos de descanso, muestra, en el desarrollo del trabajo de campo, una dinámica mucho más compleja que trasciende la organización de torneos familiares y la preocupación manifiesta, que se reitera en los testimonios, por rescatar y reorganizar el fútbol de campaña.Organización cuasi fundacional, lugar para el encuentro de la comunidad y la reafirmación de los espacios sociales, eslabón de una cadena de organizaciones similares que vertebran una alianza inter-comunitaria; son todas ellas características de estas organizaciones sociales sobre las que intentaremos avanzar.     

 PUEBLO, TREN Y FUTBOL

Son numerosos los pueblos que, como Santa Luisa, deben su nacimiento a la llegada del tren. Ferrocarril, pueblo y club están entrelazados en el imaginario colectivo local por su historia y su presente. De épocas pioneras y heroicas  en los comienzos del siglo XX, los relatos locales aseguran que vieron el esplendor y la decadencia en menos de cien años.Tras pacificar a los pueblos indígenas, la región se fue poblando de inmigrantes italianos -dedicados fundamentalmente a la chacra-, franceses – se afirma que fueron los primeros ganaderos de la zona- y vascos, quienes a través de la actividad tambera  caracterizaron, hasta no hace mucho tiempo, la región[3]. En 1903, el tendido ferroviario llega a los campos de María Luisa Pourtalé, quien, según los relatos, habría donado el terreno para la instalación de la clásica estación de estilo inglés. En un trabajo de recopilación histórica encargado por las actuales autoridades del Club se rescata que ”(…) se le dio el nombre de la Santa Patrona, en honor de una de las propietarias de la tierra que circundaba la estación ferroviaria, doña María Luisa Pourtalé de Casassus, a nuestra localidad” (Frascaroli y Maier, 1998:7). “Hasta 1911 residió en Santa Luisa el cacique Juan José Catriel y su familia, compuesta por su esposa Juana y sus hijos Justo, Juana, Candelaria, Juan y Adrián Catriel. Don Miguel Iriart, arrendatario de uno de los campos de La Tigra -estancia con una historia muy vinculada al desarrollo de la zona-, compadecido por la suerte de esa gente, les proporcionó un rancho para que pudieran vivir” (Frascaroli y Maier, 1998:9).El trabajo de recopilación histórica, anteriormente citado, destaca que corriendo los años 1916/17 el herrero, el jefe de estación, los empleados del almacén y unos pocos vecinos más comenzaron a reunirse en dicha despensa, armándose a su costado la primera cancha de fútbol.“Las hermanas Valecillos bordaron la primera bandera para este club. Los primeros partidos fueron con Sportivo Durañona. Además, la familia Valecillos juntaba monedas y con ello compraron botines y un juego de gorras blancas, que consistía en le único distintivo, ya que todos jugaban con bombachas y algunos de polainas. Más adelante tuvieron un equipo que los identificaba, los jugadores de Sportivo Durañona vestían pantalón negro y camisa roja; por su parte los que integraban el equipo de Santa Luisa lo hacían con pantalón negro y casaca azul con celeste” (Frascaroli y Maier, 1998:9).Del propio relato histórico comienzan a aparecer las marcas de cómo juegan las diferencias sociales en este terreno.“Corrían los primeros meses del año 1923, cuando un grupo de vecinos, entre los que se hallaban los señores Goñi y Sainte Cluque, prestigiosos comerciante y hacendados del lugar, convino en que era imprescindible la formación de una entidad que agrupara a los vecinos de la zona bajo el lema del deporte y la sociabilidad. Así surgió a fines de abril, más precisamente un 23, el Foot-Ball Club Santa Luisa (…)” (Frascaroli y Maier, 1998:9). Su primer presidente fue el jefe de estación y el resto de los cargos de la Comisión Directiva fueron ocupados por esos prestigiosos comerciantes y hacendados[4].Alrededor de los clubes se ha construido, lo que para Anthony Smith (1989) se da en llamar, el mito motor o mito de origen, elemento que da al grupo una pertenencia común a un nombre, a una historia y a un territorio;  conectando lazos primordiales que funcionan como elementos formadores de identidad y a la vez diferenciadores respecto a un otros. Como afirma Smith, la hermandad y solidaridad del grupo surgen del mito motor, que no necesariamente debe ser verdadero.

 CLUB SOCIAL Y DEPORTIVO

El eje de convocatoria de los clubes de campaña de la zona es el fútbol. Hablar de la historia es hablar, en primer término, de la trayectoria futbolística, recordando campañas y mostrando trofeos. Por ello, el año 1934 es un hito en la historia de  estos clubes, ya que marca la fecha del primer campeonato oficial de campaña.

“(…) como le decía, el fútbol de campaña nace en el ’34 oficialmente, anteriormente se jugaban algunos partidos, encuentros de fútbol, entre Santa Luisa y Durañona. El primer torneo oficial de clubes de campaña es en el año 1934, a iniciativa del entonces periodista deportivo Julio Argentino Pagano, posteriormente fue director del diario, y Don Ignacio Zuviría, que era el presidente de la Liga (de Fútbol), también periodista, y muy allegado a todo lo que era el campo. En ese torneo participan cuatro clubes, que fueron El Luchador, Santa Luisa, Durañona y Pourtalé”, afirma Rogelio Silva quien fuera presidente del, ya castellanizado, Fútbol Club Santa Luisa entre 1971 y 1973.Esta es una parte importante de esa historia épica que construyeron los pioneros, y que muy probablemente hoy se rescate con mayor ahínco ante la sensación de decadencia que se vive por el cierre de la estación ferroviaria, por el despoblamiento que pone en mente el riesgo de desaparición de las localidades, la crisis económica y por la suspensión del campeonato organizado por la Liga de Fútbol de Campaña, centro de un conflicto de intereses. Llegó a haber 17 clubes de campaña en el partido y la zona -ya que también intervenían clubes de partidos vecinos-. Los campeonatos se jugaban en dos zonas: norte y sur. Los campeones de cada una disputaban la final en Olavarría.Para Silva  la organización de un campeonato de fútbol oficial, “fue una necesidad de expresarse deportivamente de la gente del campo, porque si vamos a analizar que al momento estamos muy mal económicamente en el campo y que a raíz de eso no funcionan los clubes de campaña, yo digo que no es cierto; porque mi padre me decía que la crisis más grande que vivió él fue como ser el año ’32, o sea que en año ’34 estábamos en plena crisis. Si largan a jugar al fútbol estos cuatro clubes que estaban bastante distantes, para andar en carro, a caballo y eso. O sea que me parece que es relativa la situación económica financiera que pueda tener el campo, no?”.Hoy Rogelio Silva vive en la ciudad de Olavarría, lo mismo sucede con muchos ex pobladores -el  actual presidente reside en Loma Negra-, que dejaron a Santa Luisa con tan sólo  59 habitantes permanentes al momento de realizado el trabajo de campo. Es de destacar que esta  migración podría estar produciendo, además, un proceso de resignificación de categorías sociales al interior de la comunidad, cuando por ejemplo pobladores de 16 de Julio afirman que en su club “la mayoría de la Comisión Directiva no son de acá”. Se trata de gente que vive en el pueblo, pero que no nació allí. Queda pendiente, entonces, una línea de trabajo a profundizar, que puede tener conexiones con la configuración que delineara Norbert Elias (2000), en  su trabajo en la comunidad británica de  Winston Parva (nombre de ficción), respecto a la dicotomía establecidos/outsiders, división social que genera específicas pautas de comportamiento social al interior de estas pequeñas comunidades.  Pero como coincidieron algunos relatos, el fútbol fue un disparador de otras actividades, “la pelota” era un “pretexto”; “detrás de la pelota venían una serie de cosas (…)”.Si bien se recuerda la existencia tiempo atrás de carreras de caballos y picadas de autos, hoy ya inexistentes, se ha desarrollado toda una actividad competitiva, paralela al fútbol, que compromete a toda la familia durante la fecha. Así el campeonato de bochas despierta mucho interés entre los asistentes, teniendo normalmente los clubes instalaciones cubiertas y hasta con tribunas. En contraste con los jugadores de fútbol, los bochófilos se caracterizan por la pulcritud en el vestir y en el juego. La jornada deportiva actualmente se completa   con juegos de barajas, como la canasta, el mus y el truco. La regla es que por cada equipo de fútbol debe haber un trío de bochas (cada equipo consta de tres miembros),  de canasta, mus y truco.Localidades y establecimientos son convocados a participar de estas jornadas de fin de semana, aunque en general las opiniones coinciden que cuando se acabó el campeonato de fútbol de campaña la presencia decreció significativamente. “Algunos se fueron a jugar en campeonatos regionales”,  nos asegura un agotado jugador del equipo de El Luchador. Los futbolistas de cada equipo  no sólo se congregan por proximidad geográfica y lazos de amistad, parecerían primar las relaciones familiares. “Una vez  perdimos los puntos porque tuvimos el cumpleaños de un sobrinito y se hizo un domingo. Por eso tratamos de dejar libres los domingos”, afirma el mismo jugador un poco más oxigenado.La jornada deportiva empieza poco después del mediodía con el o los partidos de fútbol, para aprovechar el sol, si lo hay. Hacia las cuatro de la tarde se va concentrando la gente, la mayoría en sus autos y camionetas; muchos provienen de Olavarría. Actual o anteriormente estuvieron vinculados a la localidad. Todos estacionan en el espacio libre alrededor de la cancha de fútbol. Desde allí, dentro o fuera del vehículo, observan el juego, conversan, matean, hacen circular tortas y otros comestibles. Similar patrón de ocupación del espacio fue visto en Río IV (Córdoba) durante partidos de polo. Hay muchos autos estacionados, a modo de tribunas móviles. Una camioneta tiene sobre el capot fantasías de oro (collares, cadenitas, aros), ropa envuelta en plástico (pulloveres, poleras) y casetes y CD de música. Este tipo de vendedores, llamados pilcheros, fueron vistos por miembros del equipo de investigación en otras localidades.El campeonato de bochas congrega también gran concurrencia y pasión en los espectadores. Comienza, al igual que el de naipes, una vez terminados los partidos de fútbol, cuando el sol, real o imaginariamente, se oculta tras los árboles en busca del horizonte. La actividad puede extenderse hasta las doce de la noche, con una choriceada previa al final. 

EL ESPACIO FEMENINO

Es interesante destacar el lugar que viene ocupando la mujer en esta institución. Al momento no tenemos información de que hayan logrado integrar comisión directiva de club alguno, y mucho menos su presidencia, actividades aparentemente reservadas a los hombres. Cuando de la participación de ellas en los clubes se habla, se hace referencia a la Subcomisión de Damas, “que son nuestras mujeres, nuestras hijas o familia; que son las encargadas de mantener el Club, organizar las fiestas, de engalanar los salones, en fin, de una serie de cosas”, relata un viejo socio. El lugar de  la mujer dentro del club estuvo en acompañar a los hombres y servir en los encuentros sociales. Para las comidas la división es clara: los hombres asan la carne, las mujeres acondicionan el lugar, preparan las ensaladas y asisten en otros menesteres de ocasión. No obstante, esta presunta rigidez, se reconoce que la mujer viene ocupando mayores espacios sociales, así, por ejemplo, en la reunión para planificar la cena a beneficio de un muchacho accidentado  se encontraban cinco mujeres entre diez hombres. Asimismo, en el plano deportivo, las mujeres se ganaron un lugar en el juego de bochas conformando equipos femeninos y mixtos que impusieron modificaciones a los torneos. Pero donde si fueron vanguardia fue en el fútbol; ya que en el año 1971 –veintipico años antes del furor mundial- mujeres de las localidades de Hinojo, 16 de Julio, Santa Luisa y Durañona pudieron verse con pantalones cortos arremetiendo en los primeros campeonatos de fútbol femenino. El diario olavarriense El Popular destacaba en su edición del 25 de julio de 1971: “La imagen antigua de la mujer era la de una insulsa señorita que se deshacía en suspiros, lagrimeaba ante las cosas más nimias, susurraban en vez de hablar(…) Ahora, obvio, los tiempos han cambiado. Las damas andan en los tejemanejes empresarios, fuman como un marinero napolitano, manejan automóviles y de vez en cuando sueltan un buen taco, como gustan decir los españoles. Por qué, entonces, las chicas de hoy no van a poder emular a los hermanos Brown y ser un poco pioneras en el (antiguamente) viril deporte del fútbol?” (Frascaroli y Maier 1998:37). La experiencia fue breve, pero aquellas jornadas son siempre destacadas tanto por las mujeres como por los hombres, formando parte de la historia oficial del club. 

PODER LOCAL

Históricamente en toda la región pampeana, y en particular en el área de estudio de la presente investigación, la unidad económica y política fue la estancia, “entidad civilizatoria que se afirma al término de la guerra de exterminio del indígena” (Ratier 2000:1). El rápido proceso de transformación que vivió toda esta zona a lo largo del siglo XX, sin duda le ha ido quitando esa primacía a partir del desarrollo urbano de ciudades que han llegado a ser importantes centros económicos y políticos, como es el caso de Olavarría. Además hay que tomar en cuenta el crecimiento de un sector de medianos productores agropecuarios, eje diferenciador con respecto a la realidad rural de la gran mayoría de los países de Latinoamérica,  que dinamizaron las relaciones sociales, políticas y económicas en las áreas rurales, permitiendo el surgimiento, gracias también al desarrollo del ferrocarril, de numerosos pueblos de campaña en medio de la inmensidad pampeana.

 El último, veloz y violento, impulso hacia una transformación de la economía argentina, que abandonara todo vestigio de las políticas desarrollistas y de bienestar  para lanzarse en brazos del llamado libre mercado, ha roto el anterior eje de relaciones generando  una serie de nuevos  comportamientos que nacen como respuesta a la actual situación, en la que las estancias han dejado de ser el centro económico y político, los medianos y pequeños productores rurales están quebrados o en crisis, al igual que las ciudades y los pueblos de campaña. La irrupción en el campo de capitales provenientes de otras áreas de la economía, con gran peso del sector financiero (Teubal 1995; Giarracca 1996; Murmis 1998; Giberti 2001), rompió con antiguas pautas, modificando formas de propiedad, modalidades de producción, estilos de vida  y tecnología aplicada. Es de destacar, a partir de nuestro trabajo de campo, entre otras cosas, la informalidad que rige en las relaciones laborales a partir de contratos de palabra, la inexistencia de la participación gremial, el peso creciente de la mano de obra familiar en detrimento del trabajo asalariado más o menos permanente, todos ellos hechos que permiten un resurgir de las clásicas relaciones de patronazgo. “De esta forma se restablecen las normas patriarcales en la relación laboral. El patrón niega esta última e incorpora simbólicamente a sus subordinados a la propia familia.  No hay entes oficiales ni sindicales que intervengan, aunque cuando la relación es antigua suelen cumplirse las obligaciones previsionales. El sindicato de empleados rurales es visto por éstos sólo como servicio de salud, y malo, por lo que los patrones suelen incorporarlos a otros sistemas pre-pagos privados. Tener un buen patrón es la principal garantía empregaticia” (Ratier 2000b: 8).Si históricamente el elemento propulsor en la organización socio-económica, en esta extensa región argentina, fue la estancia; el estanciero fue la figura dominante de la vida social en la campaña hasta bien entrado el siglo XX. Como afirma Arnold Strickon (1977), aquellos terratenientes que utilizaron sus propiedades con fines políticos además de los económicos pasaron a cumplir el rol de “articuladores sociales” de una sociedad rural con un importante desarrollo organizativo basado en el parentesco y la vecindad[5]. “Dentro de la categoría de “terratenientes”, los únicos que satisfacen los requisitos de “articuladores sociales” son aquellos individuos, estratégicamente situados, que utilizan los recursos de la campaña con el fin de desempeñar un papel significativo en los centros de poder urbanos, y que utilizan los centros de poder urbanos con el fin de desempeñar un papel estratégico en la campaña” (Strickon 1977:57).Para el autor, tanto el gran propietario como el gaucho –su principal base social-, compartían un mismo marco cultural. El estanciero se ganaba el respeto demostrando ser un gaucho entre los gauchos. Se forjó un sentimiento de identidad que contrastó, y aún contrasta, con quienes no compartieran ese estilo de vida; en particular el hombre urbano.  Dureza, lealtad y generosidad,   fueron valores que se forjaron a diario.Esta marca de nacimiento de la acción política en el campo ha acompañado la vida en estas regiones a través de los siglos que componen la corta historia nacional. Y si bien ha sufrido el efecto de las transformaciones sociales, políticas y económicas ha dejado una huella que marca las diferencias con la actividad política en los grandes centros urbanos, donde no es frecuente ver, por ejemplo, funcionarios y/o candidatos haciendo proselitismo a caballo. Por ello, concluimos que esa “serie de cosas” de las que hablara Silva, líneas arriba, no se agotan en le campo deportivo, y es aquí donde el Club revela una faceta que uno sospecha próxima a lo que Marcel Mauss definió como hecho social total[6]. A medida que se desarrollaba la organización, el Club –como observara Hugo Ratier en su diario de campo- provocó un corrimiento en la sociabilidad de la campaña, desde lo privado (casas de familia, boliches, el almacén) hacia algo más abiertamente público, un lugar de interrelación familiar. De la organización de los campeonatos deportivos se pasó a la organización de los encuentros festivos, diseñando un calendario para evitar la superposición de celebraciones. Cada Club tenía  su fecha festiva, momento de suma importancia para la localidad. “Eran fiestas de socios. Concurrían la masa societaria  de la zona y concurrían invitados especiales de todos los demás clubes: presidentes, secretarios, y señoras”, relata Silva. Generalmente eran almuerzos que podían llegar a convocar unas 400 personas, incluidas las autoridades políticas municipales. Vaquillonas y corderos eran donados por productores locales. La celebración implicaba un gran despliegue gatronómico y artístico. Eran habituales espectáculos folclóricos y finalmente el baile.Hoy en pleno repliegue hacia formas más privadas de sobrevivencia, esta dinámica de interacción e intercambio no está extinguida. Las celebraciones reúnen menos personas –que por una cuota anual que puede rondar los siete pesos, tienen libre acceso a la comida que se sirve para la fiesta del socio-,  y por ello el despliegue resulta más modesto; pero continúan desarrollándose,  poniendo en juego la legitimación de liderazgos y la renovación de alianzas. En los presidentes de clubes puede verse funcionar la lógica del gran señor, de la que nos hablara Marcel Mauss. El gran hombre –como también lo llaman Johnson y Earle- es un líder local. “Ellos organizan y dirigen las ceremonias intergrupales –con reparto coordinado de regalos a gran escala- esenciales para el prestigio de un grupo y su conveniencia como aliado y socio de intercambio(…) En general, el Gran Hombre actúa como vocero del grupo, vinculándose con otros Grandes Hombres para organizar las relaciones políticas y económicas dentro de la vaga asociación de comunidades conocida como la colectividad intergrupal” (Johnson y Earle 1987: 1).En estos hombres el prestigio personal es fuente y objeto de búsqueda para la consumación de poder a nivel local; entendiendo al poder como relaciones de fuerza en permanente disputa, y por lo tanto la apropiación difícilmente tiene carácter absoluto e inalterable. En esta relación cumple un importante papel la apropiación diferencial de los distintos capitales sociales (político-económico, cultural, simbólico) y el grado de organización de los distintos actores sociales involucrados.En Santa Luisa, la disputa constante entre el presidente del club –un hombre cuyo poder nace de lo económico, vinculado a lo rural- y el delegado municipal –cuyo mandato político viene de afuera-, se manifiesta recurrentemente en  la puja por la continuidad o no en el campeonato de la Liga de Fútbol de Campaña, decisiones sobre problemas locales, o en dirimir rencillas de ocasión[7].Asimismo, las reuniones de presidentes de clubes y demás miembros de las respectivas comisiones directivas pasaron de la espontaneidad a la agenda. “Eran de gran nivel esas reuniones. Porque en las comisiones directivas siempre hay uno o dos que llevan la voz cantante, el presidente o los que son más hábiles para hablar o decidir lo que sea”, recuerda Silva.  La necesaria reciprocidad de visitas en los encuentros con el intendente de turno, manifiestan el reconocimiento como legítimos interlocutores, que desde el mundo político –léase partidos políticos y autoridades-, se da a estos liderazgos locales.Según narra el ex presidente del Club Santa Luisa, “siempre los clubes están ligados a todo lo que se refiere a la marcha de la localidad”. En sus amplios salones, galardonados de trofeos y fotografías de sus figuras más representativas, se han debatido temas relacionados con la electrificación rural, la telefonía, el mejoramiento de la red vial y hasta la subdivisión de estancias. Consultado sobre la relación con la dirigencia política Silva responde, “si, los políticos  (…) iban a Santa Luisa, a Durañona, a Muñoz. Con esto quiero significar que el club es el centro de reunión”. ”Más que la delegación, en todo caso”, reafirma su esposa. “El club es el centro de todas las  inquietudes, digamos, de cierta importancia que había en la localidad y en toda la zona, posiblemente porque era el único lugar apropiado para reunirse(…) El club ha sido la caja de resonancia de las inquietudes que ha habido en cada zona. Lamentablemente se ha ido dejando. Hay despoblación en el campo”.  Al pesimismo de un ex presidente se suma la visión del Señor Uriarte, dirigente del Club El Luchador, hombre de la misma generación que Silva y que llegara a ser un importante cabañero de la localidad. Fue entrevistado en ocasión de celebrarse en el Club Santa Luisa una cena para recaudar fondos destinados a un joven accidentado con una máquina agrícola, quien debía ser tratado en Cuba . “Fíjese, si no fuera por el Club no nos hubiéramos conocido”, destaca Uriarte.Chiche, tal el apodo de Uriarte, vive en el lugar desde los años 30. Nació en 16 de Julio. Hablando del despoblamiento de la zona nos comenta que en El Luchador, “hace poco fue el aniversario del Club y vinieron cincuenta personas, cuando antes venían trescientas o cuatrocientas”. “La gente de campo se va, mueren los mayores y los hijos emigran”. Respecto a la actividad política, Chiche afirma que la misma se realiza en los clubes para la época de elecciones y que no hay actividad permanente en las localidades. “Vienen y piden escuchar los problemas”, después se van. Recuerda dirigentes de la zona que llegaron a importantes cargos políticos (diputados y un ministro de agricultura).  

A MODO DE CONCLUSION

Cual si fueran una supervivencia tayloriana[8], los Clubes de Campaña parecen ocupar un lugar que, desde el investigador, recuerda en cierto sentido a aquel que ocupaban las casas clánicas o de reunión, destacadas, entre otros, en los trabajos de Binford (las casas de hombres de los esquimales nunamiut)[9], Chapman (el hain de los selk’nam)[10] y Mauss (el kashim esquimal)[11]. Construcciones que se destacan, en cuanto a estructura, por sobre su entorno y que necesita del aporte colectivo para su existencia; los clubes son un espacio de socialización y construcción identitaria, fuertemente comprometidos con la continuidad del grupo; en los que también juega un papel preponderante el sexo masculino. Parafraseando a Mauss, se trata de un lugar público que pone de manifiesto la unidad del grupo.Así interpretado, ya no resulta extraño encontrar una gran instalación, como lo es el Durañona Foot Ball Club, solo, en medio de la inmensidad pampeana, ejerciendo de polo de atracción de la población rural dispersa en la zona, aún en un momento de repliegue hacia lazos más intimistas o familiares.Hoy, en plena etapa que es visualizada por los actores como de retroceso en los campos social y económico, los clubes también sufren el impacto a través de una merma de socios –con sus consecuencias económicas- y una menor participación de los que van quedando. Con estructuras más pequeñas y ágiles, asociaciones como las cooperadoras de los colegios parecen tener un mayor dinamismo en la actual vida social de estas localidades rurales.No obstante, los clubes de campaña, en mayor o menor medida, mantienen una presencia que ni siquiera la Iglesia católica sostiene. Como centro de poder local, es un lugar que ofrece estatus social, lo que permite  dialogar desde un espacio de respetuosa igualdad con otros grandes hombres, tanto de la esfera política como social. Los comentarios displicentes hacia anteriores y/o actuales directivos parecen mostrar interés en la disputa por el espacio. Allí se ponen en juego influencia y prestigio.Las disputas con el delegado municipal podrían estar manifestando una puja entre dos tipos de liderazgo: uno de tipo tradicional, respaldado en el poder económico y la lógica del gran señor, y el otro de tipo moderno, sostenido por fundamentos político-institucionales.  La campaña bonaerense ha sufrido importantes transformaciones en los últimos cien años, lo que se ha reflejado en el campo político. Líderes locales -legitimados fundamentalmente por su poder económico, basado en la propiedad de la tierra, pero también por un particular modo de relación social que le reclamaba encarnar una suerte de primus inter pares en versión criolla- fueron paulatinamente cediendo terreno a aquellos que comenzaron a hacer de la política un oficio, a través de la herramienta del partido político. Afloraron nuevas formas de organización de aquellos que estaban excluidos de los círculos creados por los grandes terratenientes, como así también hicieron acto de presencia instituciones formales de gobierno: el intendente, radicado en el distrito cabecera del partido, designando a los delegados municipales, de remotos pueblos rurales. Pero, aún así, la influencia de las personalidades locales más de una vez, y aún bajo regímenes militares, condicionó en forma determinante la selección del delegado. Ronald Cohen (1979) recuerda que la autoridad es poder legitimado y que las relaciones entre poder y autoridad no son necesariamente estables en el tiempo.
Actualmente, en estos pueblos de la campaña bonaerense, la influencia de una directora o director de escuela, o de un presidente/a de la cooperadora de la misma, aún en temas ajenos a los escolares, asumen un carácter político, tomando a esta última palabra en su concepto más abarcativo, es decir excediendo lo específicamente partidario o lo político-institucional. Lo mismo ocurre con el presidente del club. El espacio simbólico del poder se preserva aún en el cambio, cuando nuevas formas surgen de la dinámica social para sostener ese espacio.Se puede decir entonces que, a partir del trabajo de investigación desarrollado hasta el momento se ha revelado un modo particular  de actividad política en la campaña bonaerense; en la que parecen tener poca ingerencia los partidos políticos, que fundamentalmente aparecerían para las épocas de campaña, pero si existe una presencia activa de espacios institucionalizados que cumplen, además de las específicas,  una función política. Desde estos lugares se produciría la articulación con la política oficial, es decir con el delegado municipal, con el intendente, con los políticos en general y hasta con el gobernador de la provincia.Por último, resulta destacable la organización de una red entre los propios clubes, a partir de procesos  de negociaciones y acuerdos entre sus autoridades; superando las fronteras administrativas que imponen las respectivas jurisdicciones municipales, a las que se impone un espacio de solidaridad supra-local. Así se puede ver un espacio social compartido entre clubes que pertenecen a los partidos de Olavarría, Azul, Benito Juárez y Laprida. Los encuentros sociales y deportivos son, en definitiva, el sostén de una alianza, que renuevan en lo cotidiano sus autoridades, a través de un despliegue de influencias y generosidad.  


[1] Proyecto de Investigación, período 1998-2000

[2] Entendiendo por tales, las organizaciones que los grupos sociales establecen para el ordenamiento y consecución de sus objetivos y la satisfacción de sus necesidades.

[3] . Hoy la boina vasca es una prenda de vestir ampliamente usada en la zona. Las hay  rústicas, para el trabajo diario, y más elaboradas -tejidas y con dibujos- para los encuentros sociales. 

[4] En un relevamiento realizado en la localidad de 16 de Julio (partido de Azul), una de las propietarias de una estancia, que comprara su padre a mediados del siglo pasado, siendo juez en el distrito, expresó que “los presidentes de los clubes eran una elite”. Su hermano fue miembro de la Comisión Directiva del Club 16 de Julio.

[5] Abner Cohen (1979) acusa de arbitraria la separación que desde la antropología social se ha hecho entre lo político y lo económico. Para Cohen, si bien el poder político tiene aspectos distintos del poder económico, ambos están intimamente relacionados y “son inseparables en muchos contextos”. “Estas relaciones económicas son relaciones de poder y, por lo tanto, son esencialmente políticas, al formar una parte principal del orden político en cualquier sociedad” (A. Cohen 1979: 58)

[6] La definición de hechos sociales totales en Mauss está determinada por la inclusión en el análisis, de manera interconectada,  del conjunto social, sus componentes y de sus instituciones.

[7] “El poder contiene los valores de la cultura en la que el sistema político está inserto, más las habilidades  con que los actores políticos efectúan sus actividades en el sistema político. Dado que éstas varían en el tiempo como respuesta a las condiciones d e cambio y personales del sistema politico, nunca están totalmente contenidas en la estructura de autoridad más estable y formal, es decir, en la estructura constitucional de la sociedad. Ciertamente, la interacción entre las relaciones de poder y la estructura de autoridad constituye una base fundamental del sistema político (…)” (Ronald Cohen1979: 41).

[8] Edward Tylor

[9] “La mayoría de las actividades realizadas por los hombres (esquimales nunamiut) se llevan a cabo en una casa de hombres, una estructura especial que suele ser usual en los yacimientos de invierno. Frecuentemente la primera estructura que se construye en un asentamiento es la casa de los hombres…” (Binford 1988:193)

[10] “A la choza ceremonial (de los selk’nam) se la denomina hain , así como a la ceremonia misma. En ella  se iniciaba ritualmente a los jóvenes varones a la adultez y se los sometía a un período de adiestramiento, además era el polo principal de intercambio social… La choza ceremonial tenía forma cónica como los tipis. Para vivienda de uso cotidiano los selk’nam solían construir chozas que tenían una forma similar, pero la choza del hain era más grande, más firme y construida de acuerdo con un plan riguroso. Se intentaba construirla lo más grande posible. Era un lugar para hombres”. (Chapman 1990:232 y 237).

[11] “El kashim es una casa de invierno más grande. Las diversas formas que reviste el kashim según las regiones, es paralela a las que reviste la casa”. “ El que no haya divisiones ni compartimientos pero sí un fuego central se debe a que es la casa común a toda la estación”. “Allí tienen lugar ceremonias que reúnen a toda la comunidad”. “Los pueblos prósperos tienen hasta dos y tres kashims”. Las fiestas colectivas se celebran en el kashim, un lugar público que pone de manifiesto la unidad del grupo. “En el kashim, los individuos se colocan no por familias o por casas, sino según la función social que ejercen”. (Mauss 1979:390 a 392 y 476)