Lic. Leandro Etchichury
Introducción
En el año 2012 me tocó trabajar en Cushamen como voluntario de la organización humanitaria Cascos Blancos (CCBB), dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores, en el marco de un proyecto que buscaba desarrollar la gestión local del riesgo ante desastres, trabajando con los saberes locales, en particular el de las comunidades indígenas. Los hechos de público conocimiento allí ocurridos en agosto pasado, que culminaron con la desaparición de Santiago Maldonado (¿Dónde está Santiago Maldonado?), me llevaron a revisar mis notas de aquella experiencia.
Creada por ley provincial Nº 652, del 13 de mayo de 1966, la Comuna Rural Cushamen, ubicada al noroeste de la provincia de Chubut, tiene una población de unos 740 habitantes (2010), en su mayoría descendientes de pueblos originarios mapuche-tehuelches, cuya principal actividad económica es la ganadería de subsistencia (cabras y ovejas), y la confección de tejidos en telar. El relieve es el de sierras de altura media y baja, con mallines que acompañan las rutas de escurrimiento, alta aridez y un avanzado proceso de erosión que dificulta un proceso productivo que es de subsistencia.
Los centros urbanos más cercanos son El Maitén, a aproximadamente unos 70 km, y Esquel, a 162 km. Las rutas y caminos de acceso son de ripio, existiendo un servicio de transporte público que posee una frecuencia de tres veces por semana.
Cushamen Centro, principal núcleo urbano de la Comuna Rural Cushamen, dispone de una escuela primaria (hay otras cuatro distribuidas por la Comuna), una escuela secundaria, centro de salud, juzgado de paz, comisaría, almacenes, gimnasio y una cooperativa eléctrica que ofrece servicio las 24 horas. Cuenta también con televisión satelital y antena de una empresa de telefonía móvil.
La población originaria
Según la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas (ECPI) llevada a cabo por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), durante el período 2004 – 2005, la población indígena total en la provincia de Chubut estaba estimada en unos 24.000 habitantes, representando el 4% del total de la población indígena del país (poco más de 600.000 habitantes), y el 5,5% de la población total (indígenas y no indígenas) de la provincia (445.458 habitantes).
Según esta misma fuente, el 53% de la población indígena de la provincia se autoadscribe como de la etnia Mapuche, siendo el siguiente grupo referenciado el Tehuelche. Ambos pueblos se encuentran mixturados en el norte patagónico, lo que da lugar a que algunas organizaciones se definan como mapuche-tehuelches.
Según un informe producido por el Equipo Interdisciplinario del Sistema Estadístico Provincial de Chubut, “el pueblo Mapuche, a nivel nacional (17,3%), cuenta con escasa población que dispone del conocimiento de su propia lengua. O dicho de otro modo: se constata que la mayoría de la población Mapuche del país (más del 80%) no habla ni entienden su propia lengua. Este mismo fenómeno, y de un modo general, también se replica con porcentajes igualmente significativos tanto para la Patagonia como para el Chubut. Para ambos, sin embargo, puede observase que la población que habla y/o entiende lengua Mapuche (con el 21,8 % respecto del total de la población mapuche mayor de 5 años) exhibe valores ligeramente superiores en el número de hablantes”[1].
La narrativa histórica[2] señala para la región que el cacique Miguel Ñancuche Nahuelquir cruzó la cordillera hacia el actual territorio argentino a mediados del siglo XIX, instalándose en la zona de Junín de los Andes donde habitaba el pueblo Huiliche, conocidos como los Manzaneros, por entonces conducidos por Valentín Saihueque, de fluidas relaciones con las autoridades argentinas.
Hacia finales de la década del 70, el gobierno argentino toma la decisión de conquistar y consolidar las fronteras nacionales hacia el sur (situación que también se producía en Chile) en los territorios pampeanos y patagónicos, en poder de distintas comunidades indígenas, con una marcada preeminencia de la cultura mapuche. Se produjo así la llamada “conquista del desierto”. Nahuelquir decide entregarse junto a su hermano Fernando y el resto de la comunidad que lideraba en el año 1883.
Tras algunos años prisioneros (los pueblos derrotados sufrieron humillantes condiciones de dispersión, aculturación y esclavitud), los hermanos Nahuelquir se adaptaron al nuevo escenario obteniendo unas 125.000 hectáreas en la zona de la actual Colonia Cushamen, lugar en el que organizaron una reserva mapuche-tehuelche donde se entregaron lotes familiares (200 lotes de unas 625 hectáreas cada uno), que dadas sus estrategias productivas no estuvieron alambrados.
“La actividad ganadera se complementaba con la producción de granos, los que eran demandados por molinos harineros que comenzaron a instalarse a fines del siglo XIX en la zona. (…). Esta actividad motivó la instalación en 1906 de un comercio de Ramos Generales dedicados también al acopio de productos agropecuarios en Ñorquinco Sur, al que le sucedieron al menos dos más en parajes de la Reserva. (…) Posiblemente ésta haya sido la etapa más próspera de Cushamen. El número de familias aumentaba año a año, como así también las viviendas de material y la cantidad de ganado. En 1902 Miguel Ñancuche Nahuelquir solicitó la creación de la primera escuela de la Reserva. Sin embargo, la Segunda Inspección de Tierras realizada en 1905 ya planteaba un problema que ha condicionado el desarrollo de la Reserva Cushamen: la dificultad para el acceso a los recursos naturales. La receptividad ganadera de las parcelas entregadas no era suficiente para criar rebaño que genere los recursos necesarios para dar sustento a una familia, y el acceso al agua para bebida de animales y riego ya en esa época se evaluaba como limitado. Con el paso del tiempo esta situación fue empeorando por la reproducción de las familias y por el asentamiento de nuevos pobladores provenientes de la Patagonia Argentina y Chilena y la ocupación de lotes”[3].
Con la creciente inserción de esta región a la economía y al sistema político nacional, los descendientes de aquellos pueblos originarios se vieron obligados a abandonar sus prácticas sociales y económicas, que incluían el uso de un amplio ámbito territorial, transformándose en pastores y artesanos en un espacio cada vez más limitado y físicamente diferente al que habitaban sus antepasados.
La comunidad
Para poder llevar a cabo el proyecto de CCBB, se trabajó en conjunto con el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), autoridad de aplicación nacional en materia de temas indígenas, con quienes se analizó las posibles áreas de trabajo y como autoridad nacional de aplicación de las políticas referentes a los pueblos originarios fueron los encargados de vincular a las autoridades de CCBB con la comunidad indígena de Cushamen, a través de su werkén[4], quien posee un linaje vinculado al fundador de la comunidad.
La población de Cushamen tenía experiencia y ya había construido una mirada crítica con respecto a estudios y jornadas anteriores realizadas por investigadores, académicos y organismos vinculados a políticas de desarrollo. Si bien la recepción fue buena, se hizo manifiesta a lo largo de nuestra estancia la crítica a quienes se acercan a obtener conocimientos sin ningún tipo de aporte hacia la comunidad.
Fueron nuestros jóvenes interlocutores quienes tomaron la decisión respecto a que el núcleo principal de los participantes de las jornadas de trabajo fueran los ancianos más referenciados (muchos de ellos loncos[5]) de las distintas comunidades que estructuran al pueblo mapuche-tehuelche de Cushamen.
Los ejes que se trataron fueron:
– La idea de la comunidad como ámbito de sociabilidad y reproducción del grupo.
– Análisis de las soluciones locales a problemas locales. Sus posibilidades y límites.
– Gestión integral de riesgos. Su acción en el ámbito local y regional.
– Reconocimiento a la presencia o ausencia de saberes ancestrales que se despliegan en la vida cotidiana de la comunidad, vinculados a la prevención y mitigación de situaciones de riesgo.
– Análisis de casos
– Discusión acerca de la necesidad de revalorizar la existencia de estos saberes y cómo se validan localmente.
– Mecanismos propuestos por las comunidades para el rescate y sistematización de saberes.
– Fortalecimiento de las capacidades de los pueblos indígenas para la preservación y rescate de los conocimientos y prácticas tradicionales.
Se destacó el reconocimiento de las prácticas locales de organización y participación comunitaria, así como sus puntos de encuentro y desencuentro con las distintas instancias gubernamentales responsables. Desde el inicio, los jóvenes referentes comunitarios se fueron apropiando de la dinámica de los encuentros, orientándolos hacia una recuperación de saberes en general a través de los relatos de sus mayores.
Durante el trabajo de CCBB algunos de los participantes destacaron el Futa Trawn (gran encuentro) que se llevó a cabo en Cushamen, en marzo de 2010 (tras largos años de ausencia según se comentó), en el que se convocaron unas 70 comunidades mapuche-tehuelches de Chubut donde entre otras cosas se remarcó “la necesidad de obtener el conocimiento ancestral y sus normas para poder determinarnos con más fuerza como pueblos originarios”.
El pueblo mapuche otorga fundamental valor a la palabra tanto en los ámbitos sagrados y políticos, como también en los más diversos aspectos de la vida comunitaria. Como señala Aída Kurteff en su trabajo Los araucanos en el misterio de los Andes, “cuando los indígenas hacían la elección de sus jefes, las cualidades exigidas a los candidatos eran un desarrollado sentido de servicio a la comunidad, el coraje personal y la capacidad de razonamiento oratorio”[6]. Capacidad, señala Kurteff, fomentada desde la infancia y que a la llegada de la adolescencia requería ser puesta a prueba frente a las autoridades.
La pérdida de la lengua, principal eje estructurador de la cultura de un pueblo, es puesta en el centro de un cuestionamiento a un proceso de aculturación que se aceleró con las últimas generaciones.
El taller deriva hacia las relaciones entre los jóvenes y sus mayores. Con el desarrollo, se acercan a participar más miembros juveniles de la comunidad interesados en organizarse bajo una referencia étnico-cultural. Los temas de la organización y la participación comienzan a confluir hacia un escenario de “reencuentro” intergeneracional que se va construyendo en el taller. Los viejos y su bagaje cultural e histórico son colocados en un lugar de reconocimiento y de necesaria continuidad. Se atraviesa un momento de fuerte emotividad entre los presentes, ante lo que aflora como un proceso de resignificación identitaria.
“Para mi es muy difícil, hay cosas que no se pueden recuperar”, asegura un hombre de edad mediana; ante lo que una mujer mayor le contesta: “eso depende de nosotros mismos, tenemos que incentivar a nuestros hijos, estos son nuestros temas. Cuando vino el maestro, el hombre blanco, ellos trajeron otra cultura y ahí se perdió todo lo nuestro”. M es una joven que activa en la organización sobre principios de carácter étnico-cultural, pide que los mayores los acompañen en este nuevo tiempo de compromiso en defensa de los derechos de los pueblos mapuches y tehuelches. S plantea que ellos tienen su propia organización, y que la política partidaria y la religión son un obstáculo, pero que no tienen que “ir al choque”. El grupo reclama al equipo de CCBB una devolución de este encuentro.
Cuando proponemos formular conclusiones de la jornada surgen los siguientes temas:
1.- Revalorización de la propia cultura
2.- Necesario fortalecimiento de la organización comunitaria
3.- Reafirmación de sus derechos
- a) a la lengua
- b) a la tierra
- c) a la propia religión
4.- Fortalecer su propia autoridad, en y para la comunidad
Llegamos al cierre del trabajo con las palabras de algunos referentes comunitarios en lengua mapuche. Una profunda emoción compartida se apoderó del lugar.
Conclusiones
El antropólogo Fredrik Barth supo destacar que los procesos identitarios deben ser estudiados en contextos precisos y percibidos como actos políticos, ya que los límites, las fronteras, de un grupo étnico son construidos por los propios miembros a partir de diferenciales culturales que se resignifican en un proceso de autoadscripción, dado por una interacción social significativa con un otro[7].
Si bien desde CCBB teníamos nuestros propios objetivos de cara al encuentro, los líderes comunitarios juveniles pusieron en juego los suyos propios. La realización del taller fue el contexto en el cual jóvenes preocupados por el futuro de la comunidad mapuche-tehuelche de Cushamen construyeron un lugar de reencuentro con sus mayores, con sus experiencias y con sus conocimientos, con la idea de apuntalar la continuidad identitaria de la comunidad a partir de la recuperación de sus valores culturales como punto de partida para consolidar estrategias propias de desarrollo.
La comunidad de Cushamen tiene bien presente cuáles son las amenazas medioambientales con que se enfrentan. Los cambios producidos en su entorno en las últimas décadas, el proceso de aculturación y arrinconamiento, con la consecuente predominancia de valores, saberes y prácticas del mundo occidental han dejado a la comunidad con pocas herramientas para enfrentar esas amenazas, en particular la principal de ellas que es la falta de agua.
Existe un resurgimiento de los lazos intracomunitarios. Las celebraciones son un espacio importante para ese reencuentro. Este nuevo tiempo de diálogo no está exento de revisiones y críticas sobre determinados comportamientos y actitudes. Las ceremonias espirituales y sagradas, como el nguillatun, y muy en particular el camaruco, impregnadas por el importante espacio de las rogativas son manifestaciones siempre presentes en los relatos que se ofrecieron a lo largo de lo que fue nuestra actividad. La principal herramienta que encuentra la comunidad para lograr su continuidad es el rescate de su legado cultural, a través de un nuevo tipo de relación intergeneracional, la revalorización de ese legado y su transmisión como instrumento de consolidación identitaria.
Continúan prevaleciendo lazos de solidaridad comunitaria, que también fueron afectados por una prevalencia de lo individual por sobre lo colectivo, que pretende ser revertido en un nuevo marco de organización. No obstante, la migración de los jóvenes hacia localidades que ofrecen mayores posibilidades de trabajo y desarrollo educativo sigue siendo una importante estrategia familiar.
El rol de los mayores, loncos y pillan kuze, es reconocido por ser el reservorio cultural de la comunidad y por lo tanto líderes políticos y ceremoniales. Está en los sectores más jóvenes el desarrollo de los vínculos con las instituciones estatales, siempre en consulta con las autoridades comunitarias.
El encuentro determinó un doble impacto, para la población local que se manifestó muy vulnerable a lo que sucediera en su entrono socio-ambiental ante las amenazas que allí se representaban, y también para nosotros los técnicos que éramos testigos de un doloroso debate sobre la sistemática pérdida y abandono de prácticas culturales propias, lo que acarreaba crecientes niveles de incertidumbre ante problemas no sólo generados por el cambio climático, sino también por los procesos de confinamiento en zonas marginales con baja capacidad productiva.
[1] http://www.estadistica.chubut.gov.ar/archivos/publicaciones/informes-tematicos/la%20Poblacion%20de%20Pueblos%20Indigenas%20del%20Chubut-2da%20parte.pdf
[2] Recopilación Informes LADA. INFORME FINAL. Región Patagonia. Sitio Piloto Cushamen. Estación Experimental Agropecuaria Esquel. Esquel – Argentina. 2008-2010
[3] Idem
[4] Autoridad tradicional que cumple el rol de mensajero, consejero y portavoz de su comunidad.
[5] Líder político y espiritual de una comunidad mapuche. En el caso de Cushamen el cargo se transmite a través del linaje (por invocación de un sueño a ser interpretado por los referentes de la comunidad) y por vía masculina.
[6] Aída Kurteff: Los araucanos en el misterio de los Andes. Editorial Plus Ultra. Buenos Aires 1979
[7] Frederik Barth. Los grupos étnicos y sus fronteras. FCE. México. 1976