Deia.- Hace más de un siglo, desde la estación del tren de Lezama partía el tren en el que volvían a casa los baserritarras que, desde el Txorierri, se habían trasladado a Bilbao a vender los productos de sus huertas en el mercado. A partir de enero, la antigua estación será el punto de partida de una locomotora que nos llevará hasta nuestra historia más antigua, sede de un nuevo museo que guardará las reliquias que, durante siglos, han permanecido ocultas, sepultadas bajo el paso del tiempo.
El nuevo Museo Arqueológico de Bizkaia termina de tomar forma estos días. Acabada la obra civil, hasta sus salas han empezado a llegar ya algunas de las piezas que se almacenarán en él, procedentes del actual Euskal Museoa, el Museo Diocesano o el Archivo Foral. Restos que encontrarán aquí un lugar donde exponerse al público, estar a disposición de los investigadores o, simplemente, un almacén donde reposar más acorde a su condición arqueológica.
Precisamente la necesidad de almacenamiento para las miles de piezas arqueológicas que se encuentran guardadas en otros lugares del territorio es una de las razones que llevó a la Diputación a proyectar esta nueva infraestructura cultural. Las otras dos son fomentar la investigación arqueológica, ofreciendo a los expertos un lugar adecuado para trabajar, y mostrar al público todo el material que en los últimos años se ha encontrado en el gran yacimiento que es Bizkaia.
En algunas de las salas de la nueva infraestructura se almacenan ya algunos de ellos. En la que se destinará a precatalogación se apilan varias decenas de cajas de cartón que contienen huesos procedentes de diferentes yacimientos y que hasta ahora se guardaban en el Archivo Foral. Santa María de Zenarruza (Ziortza). Nivel: Superior. Tipo de hueso: metacarpianos, metatarsianos y falanges. Cantidad (en nº de bolsas): ocho» se lee en una de ellas. Caja SAE8. San Agustín de Echevarria (Elorrio). Osario Pórtico Norte. Tipo de hueso: Fémur y rótula, reza otra. Las piezas que se descubren en las excavaciones se inventarían con tres siglas: una correspondiente al yacimiento, la segunda a la capa del estrato y la tercera el número de pieza en ese estrato. Ya no se puede escribir, como se hacía hace años, en los propios huesos, y tampoco en los metales. «Todo trabajo o hallazgo arqueológico tiene que quedar perfectamente catalogado e inventariado, con fotos, notas… Es una capa de historia que ya no va a seguir ahí, y cualquier investigador que venga después tiene que poder disponer de esa información para trabajar sobre ella», explica una de las guías que, durante estos días, muestra a pequeños grupos las entrañas del futuro museo. Las piezas más singulares, una vez que se retiran de su emplazamiento original, son sustituidas por réplicas.
1.200 m2 de almacenes
En la sala adyacente, que sí albergará uno de los almacenes, descansan discos y estelas de la ermita de San Pedro de Elorriaga, de Lemoa, y antiguas ruedas de molino de agua de Mungia. Situado en el sótano -2, es el más pequeño de los tres almacenes de los que dispondrá el museo, con una superficie total de 1.200 m2. Será el almacén de piedra, el que guarde las piezas más grandes, el más cercano al muelle de carga. O descarga, la mayoría de las veces.
Mira a la calle Prim y desde él se puede ver perfectamente la delicada labor que se ha tenido que llevar a cabo para encajar el nuevo edificio del Museo Arqueológico junto a la ladera, desplazando, retranqueando un muro de más de cinco metros; cada nivel que se excavaba, en el mismo espacio en el que antiguamente morían las vías del tren, traía consigo un duro trabajo de estabilización y apuntalamiento del terreno. Nivel a nivel, no se podía seguir excavando si el anterior no estaba bien asegurado.
Los otros dos se sitúan en los niveles superiores. El más grande, en el sótano -1, el que alojará las piezas de cerámica, sílex y metales; en la planta baja, el de los huesos. Desde esta última ya se pueden apreciar las ventanas, con cristales de alabastro veteado, que dejan pasar una luz tenue al exterior y se verán iluminadas, como la tulipa de una lámpara, desde el exterior por la noche. En las plantas subterráneas, se han habilitado patios ingleses, espacios entre la pared del edificio y el muro de tierra que separan las salas de la ladera y evitan humedades.
El nuevo museo tiene dos zonas bien distintas, dos edificios que se diferencian hasta en el aspecto exterior; las antiguas viviendas de los ferroviarios, con su estructura de hierro y su fachada de piedra, y el nuevo inmueble, construido expresamente, de hormigón y alabastro. Cada uno de ellos cumplirá una misión bien definida: el nuevo, diáfano, de cinco plantas, acoge las salas de almacenamiento y exposición. La antigua estación, cuidadosamente restaurada, la zona de investigación y administración.
Las salas destinadas a almacén son diáfanas, amplias; dentro de unos meses se irán compartimentando para adecuar las condiciones de temperatura, humedad… a cada tipo de pieza. También se llenarán de baldas móviles en las que se guardarán los restos arqueológicos, creando pasillos y espacios, y aprovechando al máximo la superficie. En los techos, eso sí, ya están colocando los ventiladores que garantizarán esas condiciones.
En el edifico moderno será también donde se ubicará el espacio expositivo, dos plantas de suelos y paredes gris oscuro, con estrechos y alargados ventanales de alabastro.
No será un museo al uso, con vitrinas y una etiqueta rectangular que informa del tipo de pieza, el lugar de procedencia y la antigüedad. En los dos espacios, ahora diáfanos, se pretenden crear ambientes, con compartimentos curvos que envuelvan al visitante y le hagan retroceder en el tiempo a través de la historia. Seguirán un discurso cronológico: en la primera planta, la Edad Media y la Edad Moderna; en la segunda, la prehistoria, la Edad de Hierro y la romana. El espacio en un rincón, ligeramente abuhardillado, puede ser el escenario perfecto para recrear una cueva prehistórica. Se verá.